viernes, 29 de marzo de 1996

LA MONOGRAFÍA POSTRERA (Cuento corto)

Cuento escrito en 1996, sin publicar.

Declaro bajo juramento, que todo se inició en forma paulatina e inocente, cuando ella empezó a usar algunas palabras “raras”, en nuestra convivencia matrimonial.
Cuando digo palabras “raras”, quiero decir que eran inusuales, desacostumbradas entre nosotros. Esas palabras, empezaron a ser incorporadas a sus reflexiones más triviales y domesticas.
Ya no fue tan inocente, cuando esas palabras- que luego descubrí que eran propios de los estudios de Psicología social que desde hacía algún tiempo realizaba mi consorte-, empezaron a referirse a mi persona.
Seguramente Ud. está pensando que nada tiene de malo que uno de los integrantes del matrimonio haya decidido ampliar sus conocimientos, estudiar y aplicar esos conocimientos en su vida cotidiana.
Le explico. Yo tengo algunas costumbres. Para ser más exacto, debería decir que soy medio distraído y voy dejando las puertas, los cajones, abiertas: De puro “pelotudo” que soy.
Anteriormente, esos olvidos, recibían de mi esposa, un rezongo acompañado de una interrogante que no esperaba ninguna respuesta de mi parte:
- ¿Porqué serás tan pelotudo?
A partir de que fue avanzando en sus estudios, al rezongo le sumó una respuesta a su anterior interrogante:
- Estas haciendo conciente lo inconsciente. ¿Sabés lo que te pasa a vos? ¡Tenés un problema no resuelto con las etapas de tu vida!
Al principio, ante cada nueva explicación que la novel aspirante a psicóloga social encontraba a mis actitudes cotidianas, mi respuesta consistió en un simple arqueo de mis cejas. Era el signo de que la escuchaba, más allá de que no entendiera un pito.
Con el tiempo, empecé a perder un poco la paciencia. Fruncía el ceño y miraba para arriba, como diciendo: ¿Qué querrá decir con tantas elucubraciones raras?
En determinado momento, porque creo que uno debe contribuir a la convivencia conyugal, mi actitud cambio. A cada categoría psicológica que ensayaba a propósito de mis más variadas actitudes, mi repuesta era algo más alentadora y conciliadora:
- ¿Te parece che?
Este cambio seguramente alimento sus afanes de encontrar el justo “concepto” que ordenara cada uno de los “componentes de la causación configuracional” que ensayaba sobre mis actitudes.
A partir de allí descubrí que este cristiano simple que le gusta dormir hasta tarde y holgazanear, tenía “miedos básicos” que se expresaban mediante “vínculos significativos”.
Uno no es de fierro, así que le confieso que empecé a sentirme raro- digamos con una “depresión iatrogenica”. Me miraba al espejo y me preguntaba: ¿Todo eso en un cristiano, y uno no se daba cuenta?
Puse buena voluntad y mucha paciencia. Hasta ensaye excursiones furtivas en ausencia de mi esposa en algunas de las “monografias” y textos sobre los que construían sus antojadizas interpretaciones de la realidad.
Luego de algunas lecturas, creí que estaba en condiciones de darle una sorpresita con alguna contestación psicológica. Una suerte de retruco psicológico.
Ese primer ensayo concluyó desastrosamente.
Una de esas mañanas en que mi tendencia a dormir hasta tarde, motivó sus iras y sus insultos (nada psicológicos, por cierto) intenté justificar mi conducta a partir de mis recientes y provisorios descubrimientos de psicología social. Yo también tenía derecho a interpretar mis actitudes.
Es verdad que mis primeras explicaciones psicológicas no fueron dictadas muy elegantemente. Fueron impartidas desde una posición poco académica, entre las almohadas de mi catrera.
Espere con paciencia, un intervalo en sus acostumbradas recriminaciones a mi conducta, y en ese preciso momento ensaye un gesto con mis manos como cuando estas ayudando a estacionar un auto y ya no se admite un solo movimiento más:
- ¡Alto!
Y le exprese a boca de jarro:
- No me puedo levantar porque me pesan las protodepresiones surgidas de la pérdida de mi vivencia al abandonar el claustro materno...
Ese día cambió radicalmente mi vida. Pero no fue por obra de aquella explicación.
Luego me entere de la causa. Ya no me dirigía la palabra. Ya mis actitudes no eran objeto de calificaciones. Había dejado de ser un integrante involuntario del “grupo operacional”.
Ahora era un objeto-sujeto de una observación implacable. Mi esposa, había pasado a ejercitar sobre mi, su labor de observadora.
Cada movimiento, cada palabra, cada gesto mío, era escrupulosamente observado en silencio y registrado en las paginas de su cuaderno de anotaciones. ¡Escribía sobre mí!
Una vez leí una biografía -no recuerdo de quien-, y en esa biografía, el autor le sacaba los “trapitos al sol” a un pueblo. Sin ninguna duda que aquel autor nunca les había advertido a los que compartieron su vida, que él, un día los dejarla “pegados” con las cosas que escribiría y haría publicas.
A partir de eso, pensé que esas anotaciones podían luego andar circulando entre sus compañeros de estudio en las “monografías” y resolví no quedar “pegado”. Para ello me esforcé por desempeñar un papel decoroso o al menos más discreto, para que quedara registrado para la posteridad algo digno sobre mi persona.
Fueron grandes los esfuerzos y el empeño que puse. No me acostaba con medias, no roncaba, ni hacia ruido cuando comía. ¡Hasta me esforzaba por cerrar todas las puertas!
Empecé a sospechar que mis actuaciones cuidadosamente estudiadas y planificadas, en vez de entusiasmar a mi presunta “biógrafa”, la dejaban perpleja. Se quedaba mirándome, se rascaba la cabeza con el lápiz y se retiraba cabeceando.
Un día, para tratar de saber a ciencia cierta las interpretaciones psicológicas que generaban mis actitudes, mire sus apuntes. Solo encontré dibujitos, rayitas, flechitas. ¡Ni una palabra!
Mi preocupación ante esta situación me llevó a intentar “ayudar a que se desprendiera de la angustia y el fantasma desorganizador que la había conducido a la pérdida del objeto”, (el objeto, era este servidor).
Durante varios días, mis comportamientos fueron los más exóticos y mis opiniones fueron las más extravagantes. Fue ahí que recibí la sorpresa que empezó a colmar el vaso.
Era uno de esos días en que “el hombre sufre la fragmentación y dispersión del objeto de su tarea”. En criollo, está verdaderamente podrido y espera llegar a su casa y escuchar a Gardel... No encontré al Mago en el dial de mi vida. En el comedor de mi hogar, me esperaban una docena de esos especimenes humanos aspirantes algim día a ser llamados psicólogos sociales. Eran los compañeros de estudio de mi esposa.
Me asome y ensaye un tímido:
- ¡Buenas noches!
Comprendí como se sienten esos bichitos sobre los que se ensayan experimentos. Decenas de atentos ojos esperaban cada palabra mía, cada gesto, seguramente para ensayar luego colectivamente complicadas explicaciones psicológicas.
No crea, Señor Juez que fue una travesura más. Lo cierto es que guarde silencio, enmudecí y desaparecí. No quise verme sobre la mesa de laboratorio y que esa docena de psicólogos realizará una disección en vivo y en directo sobre mi persona
Claro, yo no sabia que el silencio también podía ser objeto de conjeturas, explicaciones, interpretaciones. Tampoco sabía que este cristiano que había pasado por todas y cada una de las peripecias de ser el esposo de una novel estudiante de psicología social, ahora seria el protagonista de decenas de monografías o “monos”.
Lo descubrí, una mañana en que curiosamente empecé a leer esas elucubraciones que cada uno de ellos escriben para ver si les dan de “alta”.
Ud no entiende porque me alteré. ¿Tampoco entiende eso de que les den de alta? Ya se lo explico.
Esas elucubraciones, tenían como centro a mi persona. Seguramente mi problema hoy es de identidad, pero le juro que es culpa de ellos.
Bueno, como decía; nunca pensé que yo podía ser todos esos.
Antes de seguir, voy a explicarle eso del “alta”. Sucede que en esa escuela de psicología social, están toditos locos, locos de remate. Pero no lo asumen, y disimulan. En vez de decir que van a terapia, que van al “loquero”, dicen que van a clase. Luego de un año de tratamiento, les hacen un examen, ellos le llaman “monografía” o “mono” cariñosamente, porque son locos tranquilos. Si Ud no escribe en esas monografías ningún disparate, si dice las cosas sencillito, en criollo, lo “bochan”. Les dan el “raje”. A los que siguen loquitos, lo pasan de año y los siguen tratando un año más. ¿Me entendió?
Resumiendo cada uno escribió de este cristiano simple y cristalino que habla con Ud. los disparates más grandes.
Soy conciente, que eso no justificaba mi actitud.
¡Y sepa Sr. Juez que no fue exhibicionismo y menos aun atentado violento al pudor! ¿No vendrá Ud. ahora, a ponerse también de Psicólogo social conmigo! Fue solo que sentí el impulso...y lo hice.
¿Qué cómo justifico mi actitud? A riesgo de que Ud. me confunda, le digo: Soy un “fantasma original de ese grupo de estudiantes, que al principio fui callado, y penosamente expresado al cabo de varias sesiones”.
¿Atentado al pudor, Sr Juez?
Al fin y al cabo, de mi persona - a pesar de lo mucho que escribió un tal Freud-, fue de lo único de lo cual no se ocuparon. Por eso para evitar que no ignoraran esa parte sustancial y sin complejos de mi persona, interrumpí en su salón de clase y haciendo ostentación de tan importante atributo de mi persona, les grite:
- ¿TEMORES FOBICOS?, ¡LAS PELOTAS!