lunes, 3 de diciembre de 2007

PALABRAS EN HOMENAJE A H CORES A UN AÑO DE SU MUERTE

Paraninfo de la Universidad de la república 3/12/07. Presentación libro "Hugo Cores:La memoria combatiente".

Estimados compañeros, amigos, amigas: nos hemos auto convocado aquí, en este Paraninfo la de Universidad de la República, para levantar una suerte de cuarto intermedio de una actividad que en este mismo lugar se realizara el 17 de agosto del año pasado, para rememorar que, 45 años atrás, se había recibido al Che Guevara en este Paraninfo de nuestra universidad.
En aquella oportunidad muchos pudimos escuchar el último discurso público de Hugo Cores, en el que 45 años después rescataba ese paso del Che por Uruguay. Y sobre todo, rescataba y potenciaba el significado que tubo y tiene el Che para las luchas de nuestros pueblos.
Quiso la vida, que sus dos últimos discursos fueran homenajes: A Elena Quinteros y al Che.
Hoy nos convocamos para homenajear a Hugo, para rescatar su pensamiento, para mirarnos en su ejemplo revolucionario. Por eso, nos imaginamos saliendo de la conmoción interna que provocaba su encendido discurso y nos aprontamos a darle continuidad a la reflexión que desataban sus palabras y a la acción a la que nos impulsaba.
Los discursos de Hugo, eran un disparador para la acción necesaria e imprescindible para hacer realidad los sueños de las generaciones que nos precedieron de construir un mundo justo, solidario y libre.
Hay seres humanos que para esa construcción, son imprescindibles.
También es cierto que las transformaciones sociales, son largos procesos donde muchas veces, a esos hombres y mujeres imprescindibles, no les alcanza la vida para ser partícipes de la totalidad de algunas de las etapas de esos procesos sociales. Más cierto es aún, que han existido y existirán sin duda en los tiempos por venir, seres humanos excepcionales, que tienen la capacidad de sintetizar las experiencias de las luchas populares y transformarlas en palancas para la acción del presente. Seres humanos que tienen la capacidad de sacar de las ricas experiencias de las luchas de los pueblos- de los avances y de los retrocesos, de las victorias y las derrotas- las herramientas teóricas, las conclusiones políticas imprescindibles para la construcción del hombre nuevo.
Uno de esos seres humanos excepcionales, fue Hugo Cores.
Pero Hugo además de su encendido discurso, tenía una invalorable capacidad para reflexionar, para enseñar y para polemizar. Hoy en el marco de este homenaje, ofrecemos un trabajo conteniendo una incompleta y limitada selección de textos de Hugo como un primer aporte a la divulgación de su pensamiento que como bien dice Constanza Moreira, en un brillante prologo a ese libro, llega en un momento crucial de la historia política del Uruguay.
Un momento en que la fuerza política se apronta a desarrollar su Congreso, donde esta en movimiento las instancias de un próximo Congreso del Pueblo, donde la Justicia se apronta para darle un nuevo golpe a la impunidad con el procesamiento del ex dictador Gregorio Álvarez. Y donde, desde el movimiento popular se siguen recogiendo firmas para la nulidad de la ley de Caducidad.
Un Uruguay, que no puede sustraerse a lo que pasa en el mundo, y menos aún a lo que sucede en otros países hermanos que desde sus particularidades buscan caminos para su liberación.
Caminos para la liberación y para la construcción del socialismo, que pasan por realizar cambios profundos en la estructura jurídico-política de estas sociedades. Por eso no es de asombrase por las resistencias y las dificultades que deben atravesar aquellos procesos que buscan modificaciones sustanciales en los esquemas de dominación existentes. De eso, hemos tenido una muestra no hace muchas horas, en Venezuela.
Quizás, Hugo no nos deje irnos hoy de esta actividad, sin darnos algunas pistas sobre esto.
Pero nosotros aspiramos, en esta corta intervención hablar de un aspecto del cual cuando nos referimos a Hugo, en representación del PVP, no le podemos ceder la derecha a nadie. Nos referimos a su condición de hombre de Partido.
Una vieja amiga, Mariela Salaberry, me pidió que en algún homenaje a Hugo les contara una conversación de vereda en la puerta de la casa de 14 de julio, en una de las veces que Hugo pasaba a dejarle "La República".
Sin aviso, llegaba, le golpeaba la puerta de madera con el puño, con aquella perentoriedad y ¿por qué no? impertinencia que solía tener. El auto prendido, parado a la que te criaste, atravesado en el medio de la calle para seguir hacia otra perentoriedad...
Según cuenta Mariela. Hugo estaba feliz y le comento:
"Las reuniones de los sábados del Secretariado del PVP, es lo mejor que me sucede en la vida. ¿Qué más puede pedir un hombre que poder reunirse con sus compañeros, discutir de lo que sea, pelearse, decir todo lo que cada uno piensa porque hay una confianza sin límites?"
El Partido, es algo más que una herramienta para la acción política, es un lugar donde la convivencia con los compañeros, se basa, en la existencia de afinidades políticas e ideológicas, y sobre todo en una confianza sin límites. En fuertes lealtades.
En estos días, en razón de la aparición de este libro, hemos tenido que hablar de Hugo, responder a preguntas sobre él y sobre el Partido en el que él puso sus mejores esfuerzos para crearlo, rearmarlo luego de la muerte y desaparición de muchísimos de sus integrantes en 1976, y en mantenerlo vigente como una identidad dentro de esta izquierda tan cambiante en estos aspectos. Permítanme inaugurar un concepto teórico nuevo, o si se quiere perdónenme por introducir un adjetivo inusual en las ciencias políticas para definir una esfera sustancial de una vida de partido: ser políticamente feliz.
En ese estado, discutidor, de debate de ideas, de decir lo que se piensa, Cores fue un hombre políticamente feliz.
Hugo fue el depositario de una parte importante de nuestra memoria y que ella fuera una memoria organizada y combatiente.
No se trataba de una memoria cualquiera, era una memoria “pesada” que para muchos puede ser una carga demasiada agobiante e insoportable que paraliza. Para el fue un incentivo para mantenerse organizado que es la única forma de hacer política. Supo hacer que esa memoria fuera un patrimonio común, más allá de PVP. Y para quienes integramos el PVP, se constituyó en un elemento de fortalecimiento de los lazos personales.
Nos hemos preguntado muchas veces ¿que estatura ética y política se debe sustentar para soportar la carga que le significó, tener que ser desde su exilio obligado, testigo impotente de la tortura la desaparición, la cárcel el robo de los hijos de sus más entrañables compañeros? ¿Qué capacidad para que con los naufragios personales del exilio de los sobrevivientes, rearmarse para continuar luchando y no caer en la tentación de “desensillar hasta que aclare”?

A pocas horas de su muerte, escribimos con Sara que lo habíamos conocido buscando empecinadamente la justicia, cuando éramos simples, puros, rigurosos. Que el tiempo y sus cambios convirtieron la simpleza en complejidad, la pureza en complicidad y el rigor en un abanico inabarcable de matices. En ese mundo Hugo siguió buscando la justicia, porque siguió siendo simple, puro y riguroso. Decíamos que se había terminado aquel 6 de diciembre del 2006, un tiempo de la memoria.
Hoy desde aquí, trataremos y en eso pondremos nuestros mejores esfuerzos en ser como él, hombres y mujeres políticamente felices, porque aun sentimos que en nuestras manos están los hilos, que en el viejo telar del socialismo y la libertad, se mezclaran con la vieja e indestructible urdimbre de nuestro pasado. Que así, sea.
Hugo Cores PRESENTE.

sábado, 1 de diciembre de 2007

A UN AÑO DE LA MUERTE DE HUGO CORES

Publicado em Trabajo y Utopia diciembre 2007

El lunes 3 de diciembre se presentó, en el marco de un homenaje al dirigente gremial, político, historiador y periodista, Hugo Cores, un libro en el que se editan textos de quien fuera vicepresidente de la CNT . Aunque la edición es incompleta y limitada, es sin duda una contribución a la divulgación de su pensamiento.
En el Prologo a ese libro escrito por la Directora del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de la República, Constanza Moreira se escribe con acierto que “Hugo Cores vivió esta parte de la historia, y reflexionó sobre ella en sus últimos escritos, así como desde su práctica política. Pero estas reflexiones están enmarcadas en un análisis más estructural y de más largo aliento sobre la sociedad uruguaya”.
El libro recoge opiniones de Cores “sobre el surgimiento de la izquierda, la crisis estructural de la sociedad y la economía uruguayas, y los hitos que marcaron la historia reciente del país”.
A continuación trascribimos un resumen del Prologo de Constanza Moreira, en el que se realiza un profundo análisis del pensamiento de este militante, que al igual que decenas de ellos, desde su compromiso con la clase obrera buscaron alumbrar los caminos para la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores.
* * *
La formación de un partido: los orígenes del Frente Amplio
La formación del Frente Amplio requiere una mirada sobre la unificación de la CNT en 1964. La clave de la explicación está dada en la unión del movimiento obrero con las capas medias golpeadas por la crisis. Dice Cores que en 1965:
“el plan de lucha de la CNT es enorme y ésta empieza, de un modo u otro, a pesar en la vida nacional. El movimiento obrero, empieza a disputar de otra manera y desarrollar un programa alternativo. No se trata de una mera suma de gremios para luchar por el salario. La CNT nace con una propuesta nacional que anticipa lo que va a ser el Frente”.
Su mirada es al mismo tiempo la de un sindicalista, la de un historiador, y la de un militante partidario. En el análisis del movimiento político en su conjunto siempre destaca el papel que cumple la clase obrera. Bueno, la clase obrera en un sentido amplio, señala varias veces: “muchas veces la expresión asalariada, trabajadora, incluyendo tanto al trabajador manual como al que enseña o cuida enfermos, pueden ser más adecuadas”. Y enseña para los años setenta, noventa y dos mil: si el Frente Amplio perdiera ese apoyo (el de la clase obrera, en el sentido así definido), se perdería un componente fundamental.
Las contribuciones del movimiento obrero en el “prematuro debilitamiento del Estado oligárquico uruguayo”, no han sido debidamente señalizadas, dice Cores. Y es cierto: la “historia oficial” ha preferido reivindicar el rol de los partidos políticos, la capacidad de anticipar los conflictos del Estado providente, o el rol de las clases medias, antes que el rol de la clase obrera (y la alianza estratégica entre ésta y las capas medias). Ni siquiera en la mayor parte de los análisis sobre las conquistas que se asocian con el batllismo, la clase obrera es tomada en cuenta. Cores lo hace. Y lo hace desde su propia ubicación en el mundo de la “praxis”: lo hace como el sindicalista que fue.
El peso de la clase obrera, dice:
“importa también no sólo por lo que aportan —como estilo, lenguaje, visión del mundo— los cuadros de ese origen, sino por lo que su experiencia como clase demostró y sirvió de guía para otros sectores: el luchar unidos, el compañerismo, la solidaridad, la disciplina, la constancia, la voluntad y el hábito de encarar colectivamente los problemas”.
Eso no se aprende en los seminarios, concluye, sino en los lugares de trabajo y surgió históricamente en las fábricas.
Cuando nace la CNT, y a despecho de otros sindicalismos próximos en la región, ya nace con el sello de la autonomía. Cores nos recuerda que el propio nombre “Convención” hace referencia al carácter abierto, permanente, que adquiría la unidad orgánica de los trabajadores. También recuerda que en los estatutos aprobados de 1966 se establecía que las autoridades de la CNT sólo podían proponer las medidas pero eran los sindicatos quienes finalmente las aprobaban o no. Y pensando en estas formas abiertas de la organización de los trabajadores, y en el cimiento que pusieron para la creación del Frente Amplio, dice:
“Hay quienes sostienen que la izquierda ha desdeñado la democracia y sus valores. Creo más bien que nosotros defendíamos, en nombre de las libertades públicas y sindicales, y de la defensa de los intereses materiales de los trabajadores, los aspectos populares de la democracia, los valores sustantivos que hacen que ésta sea el gobierno del pueblo”.
Y así se llega al FA. Su descripción de ese proceso es vívida, emotiva y reflexiva:
“las grandes manifestaciones de masas, la experiencia vivida en la calle de fraternización bajo las banderas del Frente de decenas o cientos de miles de personas fue para una parte considerable de nuestro pueblo la experiencia política más importante de su existencia. Uno no entraba a una manifestación de esas saliendo igual. Se salía fortalecido moral e ideológicamente. De esta manera el Frente Amplio entró, no sólo en la conciencia, sino en el corazón de cientos de miles de uruguayos. Ganar la calle en 1971, inundarla de banderas frenteamplistas, sentirse protagonista del nacimiento de una nueva esperanza, valió tanto como el programa o los discursos. Sembró con semilla fértil la construcción de la unidad y este hecho, protagonizado contra viento y marea en medio de la ola represiva y el despotismo arrogante de Pacheco fue, repito, vivido, sentido, incorporado a su historia personal por cientos de miles de uruguayos que adoptaron al Frente Amplio como la identificación política de sus sentimientos de dignidad y sus ansias de libertad y justicia”.
Este hecho político, este “júbilo compartido”, hizo del FA una fuerza política diferente. Y es que una fuerza política no se puede medir sólo por los resultados electorales: esos que, de la mano de “un hombre, un voto” dejan a cada uno solo, en un cuarto secreto, frente a una urna.
Transición tutelada y democracia restringida: lo que quedó
Frente al atropello de la dictadura, Cores sostiene que los partidos tradicionales, en su inmensa pasividad, dejaron sola a la izquierda “contra el enemigo”. Treinta años después, cuando se ve la actitud de éstos frente a los derechos humanos y las Fuerzas Armadas, puede decirse exactamente lo mismo.
Cores detalla con minucia las claves de sobrevivencia del FA en la dictadura, analiza las vicisitudes del plebiscito de 1980, y las razones por las que los militares confiaron en un triunfo que no fue (aunque alerta sobre la magnitud de la votación por el “SÍ”), y rescata el papel jugado por Seregni en legitimar la opción del voto en blanco en las elecciones de 1982.
Sin embargo, su análisis del rol jugado en el pacto del Club Naval es terminante. Este pacto marcó los inicios de una democracia “tutelada” por las FFAA. El miedo en el plebiscito de abril de 1989 es hijo de las insuficiencias de la salida del Club Naval, dice, y agrega, en una reflexión para el hoy:
“en torno al tema de la impunidad se anudan todos los elementos de la dictadura del pasado y el presente. Del pasado por los crímenes ocultos, los secuestros y desapariciones que pretendieron ignorarse, los delitos económicos realizados por altos jerarcas militares. Del presente porque mostró claramente el papel de control que juegan hoy las fuerzas armadas y el chantaje al que someten al sistema político. Siguen siendo las grandes privilegiadas en un presupuesto nacional profundamente recesivo. Han seguido ascendiendo cuadros militares que jugaron un papel relevante en la represión, algunos de los cuales están acusados y hasta procesados en Argentina y Brasil por asesinatos y secuestros. Sigue predominando la ideología de la seguridad nacional...”.
Utopía, revolución y democracia
Cores fue esencialmente un revolucionario
Como el historiador que era, reivindicó siempre los cambios revolucionarios. Sin ellos, no se hubiera llegado a las transformaciones que hoy nos hacen quienes somos: la revolución francesa, la inglesa, la norteamericana.
“Conquistas perdurables e importantes se lograron en todas partes de Occidente, empezando por los Países Bajos, siguiendo por Inglaterra, y las colonias inglesas de América y Francia… Allí, el advenimiento de la burguesía al poder a través del desplazamiento de la aristocracia feudal se llevó a cabo a través de procesos revolucionarios violentos.”
Y sigue:
“el caso de la revolución francesa fue un proceso agónico, no sólo violento, sino extremadamente dilatado, pues la aristocracia consiguió más de una vez frenar los avances de la burguesía y restaurar el régimen institucional anterior. En el resto de Europa la revolución burguesa fue fuertemente estimulada por las acciones de fuerza del ejército napoleónico, que se paseó por el continente derribando monarquías absolutas. La revolución inglesa, la que importa, que fue la de 1649, estuvo también lejos de ser un proceso idílico y mostró por primera vez en la historia moderna el protagonismo político de la burguesía a través de una fuerza armada propia, el ejército liderado por Oliver Cromwell”.
Después, como hijo de su tiempo, vivió parte del proceso revolucionario de América Latina. Su juicio sobre la revolución cubana es terminante:
“este proceso le había demostrado a América Latina, que era posible derrotar a un ejército oligárquico y tomar el poder. Significó un punto de referencia concreto a aspiraciones revolucionarias confusas y permitió reformular en otros términos la discusión entre las corrientes reformistas y revolucionarias que entonces existían en el país”.
Desde el anarquismo, en aquellos años, se alentaba el horizonte insurreccional: “y aunque nunca lo explicitamos de esa manera, nuestra concepción de asalto al poder era insurreccional, es decir, suponía una activa participación de amplios sectores de trabajadores…” Los tiempos que corrían eran distintos, claro:. Los años de la revolución triunfante en Cuba, de la revolución cultural en China, de la resistencia antiimperialista en Vietnam, eran años en que, como él mismo escribe: “las noticias que oíamos cada mañana eran distintas a las que se oyen hoy. Y eso producía un auge de las luchas y una mística revolucionaria fuerte que a todos nos alcanzaba. Te estoy hablando de 1964, 1965, 1966, 1967, 1968”.
Pero aún hoy, o hasta hace apenas ayer, Cores pensaba que era el carácter “estructural” de la crisis el que reclamaba por un cambio revolucionario: lo había reclamado en los sesenta, y lo había reclamado ahora. ¿Qué era un cambio revolucionario? Baste citar nuevamente sus palabras:
“sin una profunda modificación de las estructuras agrarias, sin quebrar la hegemonía del capital financiero y sin quebrar la dependencia, todo lo cual supone cambios de tipo revolucionario, no es posible detener el agravamiento del deterioro económico que padecen las grandes mayorías nacionales”.
En estas condiciones, el sistema político funciona “falto de irrigación popular, una suerte de magma espeso que actúa como una lápida sobre las esperanzas de cambio”. La contrapartida, según Cores, “es el desinterés, la desconfianza en los políticos”. Y la apatía política es el peor enemigo de la democracia.
Su idea de la revolución, incluía centralmente el dilema democrático:
“la cuestión principal a resolver es cómo se articula el desarrollo de la infraestructura económica, de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, con el de la democracia y de la participación de los trabajadores, de la mayoría de la población, en el desarrollo político, cultural y económico de los pueblos y el respeto por su identidad nacional y su autodeterminación”.
Hoy los objetivos de una acción revolucionaria pasan por la ampliación de la democracia, con todos los atributos de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y ésta es la política de la emancipación. Una política que sólo puede existir si existe una utopía:
“No puedo aceptar el repudio a la utopía, al menos que sea a las utopías reaccionarias como el falangismo, el fascismo o la fundación del Tercer Reich… Todo programa de cambios en un sentido popular y progresista comporta una utopía. Esto es válido no sólo para el socialismo. Lo es también para el propio cristianismo. ¿Se ha realizado en algún lugar el ‘programa’ contenido en el evangelio o el programa artiguista, federalista, popular…? ¿El Uruguay real sería el que es sin la utopía evangélica, sin la utopía artiguista, sin la utopía socialista. Por esas utopías luchamos. La utopía que implica rebelarse ante el fatalismo, marca a la vez la necesidad, para quien aspira a los cambios, de transformarse a sí mismo. Tenemos que medirnos no sólo frente a la sórdida realidad de la miseria de hoy, sino frente a la grandeza de nuestros proyectos de cambio. Medirnos para empinarnos sobre nuestras flaquezas y no para resignarnos a ellas… El mundo ha cambiado. Las condiciones para luchar por nuestra utopía de justicia y libertad han cambiado, pero no ha cambiado nuestra inquietante, exigente, removedora utopía de un mundo sin explotados ni explotadores, sin opresores ni oprimidos, es decir, por un mundo socialista”.