viernes, 13 de enero de 2006

MORIR EN URUGUAY

Morir en Uruguay

ASILÚ MACEIRO

Publicado en Semanario BRECHA el 13/01/06

Es imposible que la memoria se dulcifique, y muchos menos aun que conquiste las regiones tibias, si se inhibe. Seguramente esa reflexión estuvo en quienes hablamos en la despedida silenciosa y humilde que recibía Asilú Maceiro en las salas de velatorios municipales de la calle Gonzalo Ramírez, la mañana del domingo 8. Por eso, lo que se dijo y lo que cada uno pensó, fue una dulcificación de la memoria. En un país como el nuestro, donde la impunidad permanece también en muchas regiones de nuestra vida cotidiana, muda y congelada, pues el cuerpo social aún no la ha digerido, es vital ese ejercicio de la memoria. Las enfermedades de Asilú en los últimos tiempos se habían agravado. Contra muchos pronósticos, una y otra vez salió airosa de ellas y volvió a la laguna Merín, ese alejado rincón de Cerro Largo, a compartir con su compañero de vida, el maestro rural Mauricio Vergara, su huerta y su actividad política. Pese a la extrema gravedad que motivó su última internación en la emergencia del Hospital de Clínicas, hasta nos hizo ilusionar con que otra vez saldría adelante. Era una vieja luchadora. De la guardia vieja, de las que no se cuecen al primer hervor. Pruebas de ello, vaya si las había dado. Sobrevivió al infierno dantesco de Automotores Orletti, a las cárceles clandestinas de Uruguay, el trágico destino de decenas de militantes del Partido por la Victoria del Pueblo, su opción política. Podía haber escrito los versos de Vallejo:
“Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… Yo no sé! Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte”.
Cuando el 27 de julio de 1985 comparece ante una investigadora parlamentaria uruguaya sobre los desaparecidos, con esa voz baja y pausada que obligaba a quienes la escuchaban a aguzar el oído, documentó una de las resacas de lo sufrido al referirse a Ary Cabrera, secuestrado diez años antes y quien fuera su compañero de vida en aquellos años: “Pregunté por él. En primera instancia me dijeron que lo tenían en Campo de Mayo, pero cuando en otro momento volví a preguntar por él, me contestaron con una frase que ellos usaban mucho: ‘Está tocando el arpa con San Pedro’, para indicar que estaba muerto”. Y luego: “Al oficial al que le pregunto (por el paradero de Simón Riquelo) me deja entrever que ese niño va a ser criado por ‘los contrarios’. No recuerdo los términos exactos. Esto lo asocio con una novela que había leído hacía poco tiempo, en la que el protagonista era militante del Partido Comunista, le secuestran el hijo que va a ser criado por un nazi. Al oficial le cito este hecho y me dice que sí, que puede tener relación”. Asilú pudo en vida saber que su amiga y compañera Sara Méndez había finalmente recuperado felizmente a aquella criatura que ella ayudó a nacer y a criar durante sus primeros 20 días. Se fue con el doloroso convencimiento de que la impunidad hace posible aún que los compañeros desaparecidos duerman su desamparo en cementerios clandestinos de unidades militares. Se ha dejado morir a muchos de los desaparecedores sin preguntarles nada, sin querer obligarlos a confesar el lugar exacto de las fosas clandestinas de sus víctimas. Asilú, al igual que muchos, entendía la naturaleza y la envergadura de la vergüenza nacional que constituye la pervivencia de enterramientos clandestinos de víctimas de la dictadura y la impunidad. Por esa razón siempre estuvo dispuesta a prestar su testimonio, aquí y en el extranjero. Quiso que la internaran en el hospital donde había sido enfermera durante años, y donde algunas que aún quedaban de su época la recordaban como una precursora de algunas conquistas laborales que aún perduran en este Uruguay de la desregulación laboral. Quiso luchar hasta último momento por vivir. Perdió esa batalla, cosas del destino, en la misma fecha que cinco años antes nos había dejado Tota Quinteros. En los largos días de agonía y de lucha, por sus familiares descubrimos facetas ignoradas de su vida familiar. De lo importante que era en su vida ese hombre tan entero y ejemplar que es Mauricio Vergara. No podré cumplir la propuesta que medio en broma y medio en serio le realicé en las últimas palabras que cruzamos: de ir a la laguna a tomarnos juntos una caipirinha. El jueves 12, el cuerpo de Asilú, como fue su voluntad, fue cremado. Mauricio llevará sus cenizas, para esparcirlas a la sombra del árbol que supo cobijarlos de las inclemencias del tiempo. Que estas humildes líneas guarden su recuerdo de las inclemencias de nuestra mala memoria. Que así sea.