domingo, 2 de julio de 2006

PARA DESTRUIR LOS HUEVOS DE LA SERPIENTE.


PARA DESTRUIR LOS HUEVOS DE LA SERPIENTE.
Publicado en La República 2/7/06
La aparición de los primeros restos de personas desaparecidas produjo una conmoción profunda. La geografía del terror, apareció graficada en ese trozo de tierra removida en el que aparecieron. Era la manifestación de un fenómeno más global y complejo que el encuentro buscado: era el efecto del Terrorismo de Estado.
Paradójicamente a más de 20 años de terminada la dictadura, la incertidumbre o la falsedad de la información sobre el destino de las personas desaparecidos nos hacia sentir que aun se estaba en manos de nuestros torturadores, bajo su dominio omnipotente. El empezar a encontrarlos, es también empezar a derrotarlos.
A otro nivel, en el de los estrados judiciales se ha hecho presente otra dimensión del horror a partir de que empiezan a llegar las voces de las victimas, algunas veces ante sus victimarios.
Desde hace mucho tiempo psicólogos, psiquiatras y asistentes sociales, han puesto sus oídos profesionales, para escuchar el horror de las victimas. No sabemos si algún profesional, ha tenido que prestar sus oídos a los victimarios.
La picana, para graficar esos dos lados del terrorismo de Estado, tiene dos extremos: el del torturador y el del torturado. La experiencia clínica, ha sido importante para saber mucha cosa de lo que pasó y pasa aún hoy con las victimas.
Es poco lo que sabemos de lo que pasa del otro extremo. A lo sumo algunas pistas, en las justificaciones gorilas o las reflexiones seudo científicas de Troccoli, el Scilingo oriental. Dos aspectos parecen haber dificultado esa reflexión: la repulsión a esas conductas, y un discurso igualador de los dos extremos de la picana: el de los combatientes de dos bandos.
Como no es una reflexión fácil, es una tentación el acudir a repuestas simplistas: nos encontramos ante individuos paranoicos o sicópatas. De esa manera, los ponemos en la categoría de lo enfermo y lo diferente. De esta manera, nuestra subjetividad expulsa el horror lo más lejos posible. Pero la negación como mecanismo, termina generando estados de animo depresivos. Del no poder hablar, se transita al no querer pensar.
Son reconstrucciones de hechos que por sus características presentan una alta carga emocional de angustia y hasta de confusión. Pero lo vivido, perdura, no se olvida, ni se barre mágicamente bajo la alfombra. Requieren de procesos que conduzcan a una auténtica higiene mental.
Cada vez resulta más insostenible negar que esas conductas aberrantes fueron perpetradas por funcionarios de instituciones del Estado por expresa orden de sus jefes. No nos encontramos ante conductas enfermas. Fueron actos cometidos por gente “normal”.
Esa reflexión sobre ese otro territorio que está del otro lado de la picana, debería explicarnos cómo llega esa gente común al abominable ejercicio de tan terribles y despreciables conductas.
Muchos libros se han escrito sobre las conductas de delincuentes comunes. Sin embargo, estos otros tipos de delincuentes, cuando excepcionalmente purgan sus penas lo hacen en cárceles especiales que los ponen a cubierto de una mirada clínica. De ahí que queden sin respuesta preguntas elementales: ¿como se sobrevive después a la memoria de lo que se perpetró?
La consideración de estas formas de conductas aberrantes por parte de funcionarios del Estado, como una institución que permite a sus ejecutores considerarla como algo normal, cotidiano y obvio, es una respuesta.
De esos dos lados de la picana, no se ha salido igual. Del lado de las victimas se ha quedado peor, pero se ha producido un proceso de recuperación más saludable. Del otro lado, del de los burócratas de la tortura, todo parece indicar que se ha permanecido miserablemente igual.
Las víctimas han aceptado el dolor y emprendieron una lucha que puede prolongarse toda la vida para permanecer concientes y hacer frente a los aspectos más terribles de esa realidad.
La salud de nuestra sociedad, lo que necesita no es el silencio. Necesita reconocer el horror, para que este no tenga el efecto buscado por sus autores. Toda conducta, aun aquella de “no propiciar” la anulación de aquellas normas que contribuyen a la no verdad y a la no justicia, orilla los márgenes de la complicidad.
La consigna del nunca más es para destruir los huevos de la serpiente. No condenar esas conductas, es una forma de tolerarla. Es como alguien dijo, conservar una picana que otro, en algún momento usará.

Raúl Olivera
Integrante del Secretariado Ejecutivo del P.V.P.
Frente Amplio- Encuentro Progresista.