miércoles, 19 de abril de 2000

ROSENCOF:EL DURO OFICIO DE DRAMATIZAR

Sin duda que la principal actividad profesional de una persona, tiende a teñir los otros campos de su accionar de esa impronta que solemos llamar deformaciones profesionales. A partir de esto, podemos concederle generosamente al dramaturgo Mauricio Rosencof, a propósito de su propuesta de salida “viable” sobre el tema de los desaparecidos, el beneficio de atribuirle en la misma una simple deformación profesional.

Un connotado político a pocas horas de haberse conocido la propuesta del dramaturgo, expresó que este era un “creador” y por lo tanto la misma consistía en un producto de esa mente creadora.

Un buen poeta, cantante, cocinero, sindicalista, médico, etc., también puede ser un buen político. Dicho más claramente, nadie esta confinado a brillar por una sola de sus actividades. Ni nadie esta predestinado a ser bueno en cada una de las actividades que se le ocurra incursionar. Para el caso, no podemos aplicar el dicho popular que aconseja “Zapatero a tus zapatos”.

Hace pocas horas en un almuerzo televisivo, Rosencof expresó que ya no era la “propuesta Rosencof”, lo que existía. Que ya no era de él. Que sería de quien la tomara en su totalidad o en algunos de sus “capítulos”.

No hay que desprenderse tan rápidamente de las “creaciones”.

Si, el tema de los desaparecidos - y no de los muertos don Rosencof-, es en verdad un drama. Pero un drama que tiene un escenario muy distinto al que su inspiración creadora encontró.

Inspiración creadora del dramaturgo, que deja pocas cosas para que los verdaderos actores representen: Nos asigna el escenario (las oficinas del Ministerio del Interior, “con su política de apertura”); nos designa al representante de los “combatientes” secuestrados-desaparecidos (“Luis Pérez Aguirre con el aval de SERPAJ, los familiares, del PIT/CNT, del Frente Amplio, del Nuevo Espacio, de Galimberti, de los sectores de los partidos tradicionales que también tienen sus demandas en esta materia”); tampoco deja para la improvisación el rango del representante de los otros “combatientes”, el de los secuestradores y desaparecedores de gente (ellos tiene que autorizar por una vía consensuada la designación de un general).

Pero no para aquí la inspiración creadora del dramaturgo: establece muy prolijamente los diálogos posibles. No se nos ocurra ir con “187 demandas”. No olvidemos que no derrotamos a la dictadura. Y no digamos 187, cualquier demanda que no tenga en cuenta de que al frente de las fuerzas armadas esta “la misma gente que participó en el proceso” tiraría abajo el andamiaje (¿utilería?) de la propuesta. Y por si los muchachos de las fuerzas armadas, no están inspirados, el dramaturgo, les apunta lo que tienen que decir: “Paso tal cosa, como en todas las guerras”.

Admitamos que el dramaturgo, no es tan estricto. Deja algún margen para que le corrijamos la plana: Corrige su libreto y saca “combatiente”, porque se presta a “confusión”.
También saca la palabra “negociar” y la cambia por conversar.

Según lei en un diccionario, un dramaturgo, produce dramas y estos son composiciones literarias “de asunto lastimoso y en el que puede libremente el poeta excitar efectos suaves, o el terror, etc.”. Antes de concluir sobre los efectos que esta composición excita, admitamos que el poeta se permite ciertas libertades, que en su producción literaria esta en todo su derecho de tenerla, pero sobre el tema de los desaparecidos no es admisible.

Primera libertad: El excitar efectos de cualquier naturaleza, en un teatro, en un libro, debe necesitar un cierto conocimiento de quien se supone que será su público, su destinatario. Por esta razón le atribuye que hay militares que “deben estar aburridos de soportar acusaciones indefinidas” o de una “pesada a los que no se les puede llegar por vía de una delegación multitudinaria”. Y de nuestro lado, quienes quieren “recuperar a nuestros muertos”, los que queremos que se investigue, los que nos “pisamos la sabana entre fantasmas”, porque ya “sabemos quién es quién y quienes estuvieron y quienes no”.

Sobre estas cosas, hay que tener claro que no se trata de un problema de “aburrimiento”, que al fin y al cabo es una forma inofensiva de ubicarse con relación a la vida, a una obra artística, a una persona. Se trata de una institución que por otras razones más profundas que un simple aburrimiento, ampara - en el silencio o en claros pronunciamientos-, conductas internacionalmente consideradas como “hosti humanis generis” (enemigas de toda la humanidad). Por lo tanto, el tema no está limitado por lo amplia o multitudinaria de la delegación que el dramaturgo quiere sentar en la misma mesa. Se trata simplemente de ponerlos frente a los instrumentos que la comunidad internacional construyó (tratados, convenios, convenciones, etc.) a partir de develar la verdad de los campos de concentración, del genocidio cometido por el nazismo y definir que se debía proteger a la humanidad de esos “hosti humanis generis”.

No nos preocupa que “la pesada” este “aburrida”. Nos preocupa que subsista en puestos claves del Estado. Y esto no es un tema menor.

Seguramente el dramaturgo al igual que la inmensa mayoría del país, se estremeció frente a los hechos que dieron cuenta los medios de difusión relativos al secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición (frustrada finalmente por que se encontró el cuerpo) de un menor por parte del propietario de un viñedo y su empleado (un ex-soldado).

Hechos de ese tipo que hoy nos estremecierón de horror, fue aplicado durante la dictadura en forma sistemática, planificada fríamente desde el Estado no un día producto de un exceso circunstancial. Fueron años de práctica sistemática de una forma que la doctrina internacional definió como Genocidio y como Terrorismo.

Y esto, por más que el oficio de un dramaturgo, sea trabajar con las palabras, no puede incluirse en la categoría de “acusaciones indefinidas”.

Finalmente no está en sus libertades literarias, ignorar que no se trata sólo de recuperar a nuestros muertos; el ¿Cómo?, el ¿Dónde?, el ¿Cuándo?, le dan al drama de los desaparecidos una dimensión que el dramaturgo soslaya reiteradamente.

Sobre la afirmación de que ” todo se sabe”, se pone de manifiesto una ignorancia u ocultamiento que sobre los 139 caso de desapariciones de uruguayos, tiene el dramaturgo. No todo se sabe, justamente la VERDAD es uno de los instrumentos que puede contribuir a desactivar ese mecanismo del terrorismo de Estado que tiene como base la muerte sin fecha, sin circunstancia, sin lugar. En eso radica su particular crueldad y su eficacia como instrumento de terror arrebatando el derecho a la vida negando a la vez el derecho a la muerte.

Segunda libertad: Inventar un final “con reconocimiento para los muertos”,
“ indemnizaciones para los familiares”, y un” parque nacional de la memoria”. Nuevamente el dramaturgo no puede contener su inspiración creadora y deja el lápiz de escritor para tomar el del arquitecto que diseña el “muro con las fechas de todos”.

Tercera libertad. Toda creación literaria esta confeccionada con un tamaño. Tantas páginas si es una novela; tanto tiempo de duración si es una obra de teatro. La duración implica elegir donde empieza el drama. Rosencof empieza, partiendo de la base de no hablar de secuestrados-desaparecidos; habla siempre de muertos. Mata a Simón, a los hermanos Andrea, Washington y Beatriz Hernández Hobbas, al hijo de Blanca Altman, el de Aida Sanz. Pero hay algo más grave en esta tercera libertad que se toma el dramaturgo, al declarar él que están todos muertos, esta historia, este drama que intenta que se represente, omite una parte importante del reclamo de la verdad: El ¿cómo?. ¿Sera esta demanda una de las 187 prohibidas de antemano?.


PD: Un aporte que tendría efectos interesantes en la excitación propia de los dramas: ¿Que le parece si aprovechando el apoyo que concita en todos los ámbitos castrenses y políticos de gobierno, ponemos de interlocutor del bando de los secuestradores-desaparecedores al “Pajarito” Silveira?.