sábado, 1 de diciembre de 2007

A UN AÑO DE LA MUERTE DE HUGO CORES

Publicado em Trabajo y Utopia diciembre 2007

El lunes 3 de diciembre se presentó, en el marco de un homenaje al dirigente gremial, político, historiador y periodista, Hugo Cores, un libro en el que se editan textos de quien fuera vicepresidente de la CNT . Aunque la edición es incompleta y limitada, es sin duda una contribución a la divulgación de su pensamiento.
En el Prologo a ese libro escrito por la Directora del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de la República, Constanza Moreira se escribe con acierto que “Hugo Cores vivió esta parte de la historia, y reflexionó sobre ella en sus últimos escritos, así como desde su práctica política. Pero estas reflexiones están enmarcadas en un análisis más estructural y de más largo aliento sobre la sociedad uruguaya”.
El libro recoge opiniones de Cores “sobre el surgimiento de la izquierda, la crisis estructural de la sociedad y la economía uruguayas, y los hitos que marcaron la historia reciente del país”.
A continuación trascribimos un resumen del Prologo de Constanza Moreira, en el que se realiza un profundo análisis del pensamiento de este militante, que al igual que decenas de ellos, desde su compromiso con la clase obrera buscaron alumbrar los caminos para la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores.
* * *
La formación de un partido: los orígenes del Frente Amplio
La formación del Frente Amplio requiere una mirada sobre la unificación de la CNT en 1964. La clave de la explicación está dada en la unión del movimiento obrero con las capas medias golpeadas por la crisis. Dice Cores que en 1965:
“el plan de lucha de la CNT es enorme y ésta empieza, de un modo u otro, a pesar en la vida nacional. El movimiento obrero, empieza a disputar de otra manera y desarrollar un programa alternativo. No se trata de una mera suma de gremios para luchar por el salario. La CNT nace con una propuesta nacional que anticipa lo que va a ser el Frente”.
Su mirada es al mismo tiempo la de un sindicalista, la de un historiador, y la de un militante partidario. En el análisis del movimiento político en su conjunto siempre destaca el papel que cumple la clase obrera. Bueno, la clase obrera en un sentido amplio, señala varias veces: “muchas veces la expresión asalariada, trabajadora, incluyendo tanto al trabajador manual como al que enseña o cuida enfermos, pueden ser más adecuadas”. Y enseña para los años setenta, noventa y dos mil: si el Frente Amplio perdiera ese apoyo (el de la clase obrera, en el sentido así definido), se perdería un componente fundamental.
Las contribuciones del movimiento obrero en el “prematuro debilitamiento del Estado oligárquico uruguayo”, no han sido debidamente señalizadas, dice Cores. Y es cierto: la “historia oficial” ha preferido reivindicar el rol de los partidos políticos, la capacidad de anticipar los conflictos del Estado providente, o el rol de las clases medias, antes que el rol de la clase obrera (y la alianza estratégica entre ésta y las capas medias). Ni siquiera en la mayor parte de los análisis sobre las conquistas que se asocian con el batllismo, la clase obrera es tomada en cuenta. Cores lo hace. Y lo hace desde su propia ubicación en el mundo de la “praxis”: lo hace como el sindicalista que fue.
El peso de la clase obrera, dice:
“importa también no sólo por lo que aportan —como estilo, lenguaje, visión del mundo— los cuadros de ese origen, sino por lo que su experiencia como clase demostró y sirvió de guía para otros sectores: el luchar unidos, el compañerismo, la solidaridad, la disciplina, la constancia, la voluntad y el hábito de encarar colectivamente los problemas”.
Eso no se aprende en los seminarios, concluye, sino en los lugares de trabajo y surgió históricamente en las fábricas.
Cuando nace la CNT, y a despecho de otros sindicalismos próximos en la región, ya nace con el sello de la autonomía. Cores nos recuerda que el propio nombre “Convención” hace referencia al carácter abierto, permanente, que adquiría la unidad orgánica de los trabajadores. También recuerda que en los estatutos aprobados de 1966 se establecía que las autoridades de la CNT sólo podían proponer las medidas pero eran los sindicatos quienes finalmente las aprobaban o no. Y pensando en estas formas abiertas de la organización de los trabajadores, y en el cimiento que pusieron para la creación del Frente Amplio, dice:
“Hay quienes sostienen que la izquierda ha desdeñado la democracia y sus valores. Creo más bien que nosotros defendíamos, en nombre de las libertades públicas y sindicales, y de la defensa de los intereses materiales de los trabajadores, los aspectos populares de la democracia, los valores sustantivos que hacen que ésta sea el gobierno del pueblo”.
Y así se llega al FA. Su descripción de ese proceso es vívida, emotiva y reflexiva:
“las grandes manifestaciones de masas, la experiencia vivida en la calle de fraternización bajo las banderas del Frente de decenas o cientos de miles de personas fue para una parte considerable de nuestro pueblo la experiencia política más importante de su existencia. Uno no entraba a una manifestación de esas saliendo igual. Se salía fortalecido moral e ideológicamente. De esta manera el Frente Amplio entró, no sólo en la conciencia, sino en el corazón de cientos de miles de uruguayos. Ganar la calle en 1971, inundarla de banderas frenteamplistas, sentirse protagonista del nacimiento de una nueva esperanza, valió tanto como el programa o los discursos. Sembró con semilla fértil la construcción de la unidad y este hecho, protagonizado contra viento y marea en medio de la ola represiva y el despotismo arrogante de Pacheco fue, repito, vivido, sentido, incorporado a su historia personal por cientos de miles de uruguayos que adoptaron al Frente Amplio como la identificación política de sus sentimientos de dignidad y sus ansias de libertad y justicia”.
Este hecho político, este “júbilo compartido”, hizo del FA una fuerza política diferente. Y es que una fuerza política no se puede medir sólo por los resultados electorales: esos que, de la mano de “un hombre, un voto” dejan a cada uno solo, en un cuarto secreto, frente a una urna.
Transición tutelada y democracia restringida: lo que quedó
Frente al atropello de la dictadura, Cores sostiene que los partidos tradicionales, en su inmensa pasividad, dejaron sola a la izquierda “contra el enemigo”. Treinta años después, cuando se ve la actitud de éstos frente a los derechos humanos y las Fuerzas Armadas, puede decirse exactamente lo mismo.
Cores detalla con minucia las claves de sobrevivencia del FA en la dictadura, analiza las vicisitudes del plebiscito de 1980, y las razones por las que los militares confiaron en un triunfo que no fue (aunque alerta sobre la magnitud de la votación por el “SÍ”), y rescata el papel jugado por Seregni en legitimar la opción del voto en blanco en las elecciones de 1982.
Sin embargo, su análisis del rol jugado en el pacto del Club Naval es terminante. Este pacto marcó los inicios de una democracia “tutelada” por las FFAA. El miedo en el plebiscito de abril de 1989 es hijo de las insuficiencias de la salida del Club Naval, dice, y agrega, en una reflexión para el hoy:
“en torno al tema de la impunidad se anudan todos los elementos de la dictadura del pasado y el presente. Del pasado por los crímenes ocultos, los secuestros y desapariciones que pretendieron ignorarse, los delitos económicos realizados por altos jerarcas militares. Del presente porque mostró claramente el papel de control que juegan hoy las fuerzas armadas y el chantaje al que someten al sistema político. Siguen siendo las grandes privilegiadas en un presupuesto nacional profundamente recesivo. Han seguido ascendiendo cuadros militares que jugaron un papel relevante en la represión, algunos de los cuales están acusados y hasta procesados en Argentina y Brasil por asesinatos y secuestros. Sigue predominando la ideología de la seguridad nacional...”.
Utopía, revolución y democracia
Cores fue esencialmente un revolucionario
Como el historiador que era, reivindicó siempre los cambios revolucionarios. Sin ellos, no se hubiera llegado a las transformaciones que hoy nos hacen quienes somos: la revolución francesa, la inglesa, la norteamericana.
“Conquistas perdurables e importantes se lograron en todas partes de Occidente, empezando por los Países Bajos, siguiendo por Inglaterra, y las colonias inglesas de América y Francia… Allí, el advenimiento de la burguesía al poder a través del desplazamiento de la aristocracia feudal se llevó a cabo a través de procesos revolucionarios violentos.”
Y sigue:
“el caso de la revolución francesa fue un proceso agónico, no sólo violento, sino extremadamente dilatado, pues la aristocracia consiguió más de una vez frenar los avances de la burguesía y restaurar el régimen institucional anterior. En el resto de Europa la revolución burguesa fue fuertemente estimulada por las acciones de fuerza del ejército napoleónico, que se paseó por el continente derribando monarquías absolutas. La revolución inglesa, la que importa, que fue la de 1649, estuvo también lejos de ser un proceso idílico y mostró por primera vez en la historia moderna el protagonismo político de la burguesía a través de una fuerza armada propia, el ejército liderado por Oliver Cromwell”.
Después, como hijo de su tiempo, vivió parte del proceso revolucionario de América Latina. Su juicio sobre la revolución cubana es terminante:
“este proceso le había demostrado a América Latina, que era posible derrotar a un ejército oligárquico y tomar el poder. Significó un punto de referencia concreto a aspiraciones revolucionarias confusas y permitió reformular en otros términos la discusión entre las corrientes reformistas y revolucionarias que entonces existían en el país”.
Desde el anarquismo, en aquellos años, se alentaba el horizonte insurreccional: “y aunque nunca lo explicitamos de esa manera, nuestra concepción de asalto al poder era insurreccional, es decir, suponía una activa participación de amplios sectores de trabajadores…” Los tiempos que corrían eran distintos, claro:. Los años de la revolución triunfante en Cuba, de la revolución cultural en China, de la resistencia antiimperialista en Vietnam, eran años en que, como él mismo escribe: “las noticias que oíamos cada mañana eran distintas a las que se oyen hoy. Y eso producía un auge de las luchas y una mística revolucionaria fuerte que a todos nos alcanzaba. Te estoy hablando de 1964, 1965, 1966, 1967, 1968”.
Pero aún hoy, o hasta hace apenas ayer, Cores pensaba que era el carácter “estructural” de la crisis el que reclamaba por un cambio revolucionario: lo había reclamado en los sesenta, y lo había reclamado ahora. ¿Qué era un cambio revolucionario? Baste citar nuevamente sus palabras:
“sin una profunda modificación de las estructuras agrarias, sin quebrar la hegemonía del capital financiero y sin quebrar la dependencia, todo lo cual supone cambios de tipo revolucionario, no es posible detener el agravamiento del deterioro económico que padecen las grandes mayorías nacionales”.
En estas condiciones, el sistema político funciona “falto de irrigación popular, una suerte de magma espeso que actúa como una lápida sobre las esperanzas de cambio”. La contrapartida, según Cores, “es el desinterés, la desconfianza en los políticos”. Y la apatía política es el peor enemigo de la democracia.
Su idea de la revolución, incluía centralmente el dilema democrático:
“la cuestión principal a resolver es cómo se articula el desarrollo de la infraestructura económica, de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, con el de la democracia y de la participación de los trabajadores, de la mayoría de la población, en el desarrollo político, cultural y económico de los pueblos y el respeto por su identidad nacional y su autodeterminación”.
Hoy los objetivos de una acción revolucionaria pasan por la ampliación de la democracia, con todos los atributos de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y ésta es la política de la emancipación. Una política que sólo puede existir si existe una utopía:
“No puedo aceptar el repudio a la utopía, al menos que sea a las utopías reaccionarias como el falangismo, el fascismo o la fundación del Tercer Reich… Todo programa de cambios en un sentido popular y progresista comporta una utopía. Esto es válido no sólo para el socialismo. Lo es también para el propio cristianismo. ¿Se ha realizado en algún lugar el ‘programa’ contenido en el evangelio o el programa artiguista, federalista, popular…? ¿El Uruguay real sería el que es sin la utopía evangélica, sin la utopía artiguista, sin la utopía socialista. Por esas utopías luchamos. La utopía que implica rebelarse ante el fatalismo, marca a la vez la necesidad, para quien aspira a los cambios, de transformarse a sí mismo. Tenemos que medirnos no sólo frente a la sórdida realidad de la miseria de hoy, sino frente a la grandeza de nuestros proyectos de cambio. Medirnos para empinarnos sobre nuestras flaquezas y no para resignarnos a ellas… El mundo ha cambiado. Las condiciones para luchar por nuestra utopía de justicia y libertad han cambiado, pero no ha cambiado nuestra inquietante, exigente, removedora utopía de un mundo sin explotados ni explotadores, sin opresores ni oprimidos, es decir, por un mundo socialista”.

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