viernes, 3 de mayo de 1996

PERO, ¡TE VA A DOLER TANTO! (Cuento corto)

Desde que se asomó por la pendiente y el maquinista advirtió la existencia de un objeto sobre las vías, el corto tren venia aminorando la marcha. Antes de quedar totalmente detenido a escasos metros del bulto que estaba ubicado en medio de las vías, lanzó por los aires un gran pitazo de su silbato que acompaño con un gran chirrido de sus frenos metálicos
Quien conducía la locomotora y se asomaba por una de las ventanillas, ya no le quedó ninguna duda; el bulto marrón oscuro que había divisado en medio de las vías no bien había iniciado el descenso de la pendiente, se correspondía a un ser humano.
Antes de descender del comando, volvió a hacer sonar el silbato estridente de la locomotora con insistencia.
Algunos vacunos que pastaban mansamente en los campos linderos, ante el silbato agudo de la locomotora, salieron corriendo en estampida, pero del bulto que buscaba conmover, no logró ningún movimiento, ninguna respuesta.
La persona, ahora no le cabía la menor duda de que se trataba de un hombre que se encontraba extendida boca abajo a lo largo de las vías con los pies orientados hacia el lugar donde ahora estaba detenido el convoy, continuó inmóvil.
Ya hablan empezado a asomarse por las ventanillas de los salones, pasajeros alarmados por la detención en medio del campo y también por el continuo silbato de la locomotora, por lo que el hombre que conducía la locomotora se decidió finalmente a bajar de la misma.
Lo largos años en oficio de maquinista ferroviario le habían conducido a enfrentar situaciones similares, por lo tanto se encaminó a realizar las dos posibles alternativas posibles ante una situación similar, sea retirar el cuerpo de la vía en caso de ser una persona a la que ya había arrollado un tren anterior, o en caso de ser un aspirante a suicida convencerlo de que se retirara de su obligado lugar de transito.
En algunos tramos de las vías de Montevideo, el arrollar un ser humano que había optado por esa forma de terminar con su vida, podría decirse que era una rutina. Pero, aquí en medio del campo y fuera de la capital, el suicidio no solo era raro, si no que hasta era algo inexplicable.
Al igual que lo había hecho con el silbato, el vozarrón del maquinista empezó a increpar al aspirante a suicida, desde el mismo momento en que ya en tierra empezó a caminar hacia él.
- Oiga, amigo! ¿Qué está haciendo ahí?
Silencio y absoluta inamovilidad.
- La puta que te parió volvió a tronar el maquinista, ya muy próximo al “suicida”.
Esta vez, si bien como respuesta volvió a reinar el silencio, se pudo notar un leve movimiento del lado donde debía estar la cabeza, consistente en una mayor presión de las manos del “suicida” que estaban cruzadas sobre su cabeza. Fue como si sus manos presionaran sobre su cabeza apretándola contra el piso.
- ¡Levántate de ahí, carajo!
Nada, a no ser un imperceptible movimiento de todo el cuerpo a los efectos de pegarse más a la tierra. El maquinista dio un par de vueltas alrededor del potencial suicida, como si buscara un lugar por donde penetrar con sus incriminaciones y puteadas, entre el cuerpo y el suelo. Además de tener la sensación de que estaba como pegado al suelo, pudo ver que calzaba botas negras de goma, una vieja gabardina que casi le llegaba al comienzo de las cañas de las botas, y una gorra de vasco negra que junto con los brazos que cruzaba sobre su cabeza impedía tener la menor posibilidad de ver su rostro.
-¡O salís de ahí, o te saco a patadas en el culo!
Silencio. Ya su acompañante, el foguista y el guarda tren también se encontraban rodeando el cuerpo yaciente del potencial suicida.
Cuando el maquinista se dirigía a hacer realidad su anterior amenaza, el guarda lo detuvo con una mano y con la otra le indicaba que guardara silencio y lo acompañara. Cuando los tres estaban a una prudencial distancia, les dijo:
-No sumemos un hecho de violencia al drama de este hombre, actuemos con psicología.
- Que psicología ni ocho cuartos, ¿se piensa que voy a estar todo el día esperando que se arrepienta y nos deje pasar? O sale de la vía o lo saco a patadas.
- Vos déjame a mi - digo el guarda tren - con psicología, nosotros seguiremos viaje y este buen señor se reconciliara con la vida.
Acto seguido, se puso en cuclillas sobre el hombre tendido en el piso y tocándole suavemente el hombro le llamo:
- Buenos días señor, podemos hablar.
- Buenos para Ud. no para mi que me voy a matar, - le respondió el “suicida” sin moverse de su anterior posición.
- Sí pensás que yo te voy a pisar, a buen puerto vas por agua - le contesto el maquinista, interviniendo molesto ante el dialogo que pretendía iniciar su compañero en las tareas de llevar a destino el tren -, lo único que vas a recibir y de eso nadie se muere es una buena porción de patadas en el trasero, si no salís de la vía y te dejas de joder.
Nuevamente el guarda llevó al maquinista lejos del aspirante a suicida e intento calmarlo.
- Viste lo que lograste, arruinaste mi trabajo psicológico. Ahora se cerró y seguramente no querrá hablar más.
-Es que yo no tengo ningún interés de hacer de paño de lágrimas de este tipo. Si lo engaño la mujer, si se fundió o que se yo, que se mate. Eso si, no con mi tren. Quiero llegar a destino sin complicaciones, no quiero volver a este lugar, a declarar ante un juez. No quiero mancharme con sangre sacando el cuerpo de entre las ruedas del tren. No quiero llegar con atraso al destino. ¿Me entendiste? Así que- y sacando un viejo reloj de bolsillo al que consulta, termina diciendo -, o sale en cinco minutos o lo sacamos del forro del culo de ahí.
Volvió el guarda junto al “suicida” y recomenzó su labor sicológica.
- Oiga amigo, nada vale tanto en la vida, como la vida de uno mismo. Si es por una mujer, hay muchas en el mundo...
Un largo quejido, partió del bulto, interrumpiendo la labor “sicológica”.
- Quiero que me mate un tren, quiero terminar con mi sufrimiento. Y les advierto, si me ponen una mano encima, el puñal que llevo en mi cintura les hará arrepentirse.¡Quiero morir, carajo!
Ante esa amenaza, el guarda perdió entusiasmo en su labor de convencimiento psicológico y el maquinista de hacer uso de la fuerza para retirarlo. Manejaron la alternativa de que el guarda saliera caminando hasta la estación más próxima y allí lograr el concurso de la fuerza policial, pero los diez kilómetros que había que caminar, los desalentó. Pensaron que seguramente habría cerca alguna casa y que en ella seguramente viviría alguien conocido del “suicida”, porque si había elegido ese lugar tan alejado de los poblados más cercanos, era porque por allí vivía. Sin embargo, a la vista no se percibía ningún signo de vida, ninguna casa, ningún rancho. Ya a esa altura, la totalidad de los pasajeros del tren habían descendido y rodeaban el lugar donde yacía el hasta ahora frustrado suicida.
- Así que vos decís que hay que aplicarle la psicología - le preguntó el maquinista al guarda-, bueno, vamos a darle un poquito de psicología.
Se acercó nuevamente al suicida, y empezó este dialogo.
- Así mocito, que se quiere suicidar…
Pese a no obtener ninguna palabra de respuesta, un movimiento de la cabeza que pareció despegarse del suelo para volver a quedar pegado a el, fue interpretado como un asentimiento…
-Y no encontraste mejor manera de matarte que haciendo que te pise un tren. Y estás empecinado a que sea yo, con este tren el que te pase por arriba. Porque sí no es un capricho, saldrías de la vía y esperarías el próximo tren, el “tren Rápido”, que viene detrás del mío.
Si bien se mantenía el mutismo del suicida, un leve movimiento de sus manos y de su cabeza, pareció indicar que se ubicaba de la forma mejor para escuchar las palabras del maquinista.
- El “tren rápido” es el ideal para suicidarse, viene tan rápido que no tiene posibilidad de frenar cuando te vea, y te pisa tan rápido que no sentís nada. Te hace puré, en un segundo.
Espero unos segundos, como para darle mayor suspenso a sus palabras y continuó.
- Claro, pero el “rápido” no va a poder pasar hasta tanto, yo llegue con mi tren a la próxima estación y deje la vía libre. Y vos estas decidido a que yo te pise ahora. Bien, bien...
Se dio media vuelta y mirando a los pasajeros que rodeaban el lugar, les grito.
- Señores suban al tren que seguimos viaje. Vamos rápido, que partimos.
Y a reglón seguido, subió él a la máquina, realizó un par de aceleradas del motor sin poner la máquina en movimiento, largo un largo pitazo y esperó alguna reacción del suicida. Nada.
Bajo nuevamente de la máquina y le grito:
- Mira pelotudo, yo no voy ha hacerme un gran drama por tu suicidio. Pero si queres matarte, matate. Eso si, podes elegir; esperas el “rápido”, que te mata rapidito, no sentís nada. O quedáte ahí que yo voy a arrancar con mí tren. Comprenderás que estándo tan cerca de donde te acostaste, voy a venir despacito. !Vos no sabes como te va a doler!
Acto seguido volvió a la máquina y mientras subía la escalinata, pudo ver como el suicida se levantaba y se sentaba al costado de la Vía, en espera del famoso “tren Rápido”.

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