martes, 9 de mayo de 2006

EL PAPEL DE LOS TRABAJADORES EN LA VIGENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS EN UN MUNDO GLOBALIZADO.


EL PAPEL DE LOS TRABAJADORES EN LA VIGENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS EN UN MUNDO GLOBALIZADO.
Por: Raúl Olivera Alfaro.(*)
PONENCIA realizada el 09/05/06 en el Seminario Periodismo Solidario (III Edición), Información, Prensa y Derechos Humanos desde la Universidad, organizado por la Universidad Autónoma de Madrid y la Escuela de Periodismo de la UAM y el diario El País de Madrid.

En Montevideo, en el Centro Cultural de España se realizó una muestra fotográfica del artista uruguayo Juan Ángel Urruzola, titulada “Miradas ausentes”. Las fotografías exhibidas mas otras ubicadas en la fachada del edificio del Centro Cultural, intentan un dialogo imposible con las miradas ausentes de desaparecidos. Algunos a consecuencia del terrorismo de Estado que padeció el Uruguay y otros de desaparecidos en otra tragedia para la humanidad: la guerra civil española.
Poco tiempo después, el autor de las fotografías, recibía esta correspondencia electrónica desde España que entre otras cosas le expresaba lo siguiente: No tengo el gusto de conocerle, soy una sobrina de Pedro Villasante Otegui, desaparecido del bando republicano, y que Ud a tenido a bien incluir su fotografía en la Fachada del Centro Cultura de España en Montevideo. No sabe los sentimientos que han aflorado en nosotros, cuando navegando por Internet, apareció el nombre de mi tío y su fotografía en relación con su obra, no puedo describir las sensaciones, por fin mi tío Pedro estaba en cierto modo en alguna parte, tanto mi abuela, como mi madre y ahora mi hermana y yo, hemos tratado de saber que pasó, pero primero el silencio temeroso, luego la impotencia ante la falta de información, nos ha hecho vivir con esta incógnita. Parece que mi tío no existió, no fue ni hijo, ni hermano de nadie, de repente se lo tragó la tierra y ahora que Ud. lo haya incluido en su obra, es un poco como si hubiera vuelto a nosotros. No sabemos nada de él, a partir de la toma de Madrid. Ni el batallón donde militó, ni donde lo llevaron, ni donde esta su cuerpo. Generación tras generación lo hemos buscado, pero no sabemos donde.
Hemos querido empezar nuestra reflexión contándoles esto, para que ello nos sirva como hilo conductor para lo que queremos trasmitirle, para que reflexionemos sobre las impunidades para los Pedro Villasante de aquí y de allá.
El escritor argentino Andrés Rivera, en su libro “La revolución es un sueño eterno” pone en boca de Juan José Castelli, un personaje de la historia Argentina esta frase: “La historia no nos dio la espalda: Habla a nuestras espaldas”. Para esta reflexión que intenta dibujar el escenario donde se desarrollan los desafíos del hoy, implicará que prestemos oídos, a eso que habla a nuestras espaldas y sobre ello definir aquí y ahora actos concretos.
Existen desde hace muchos años fuertes protestas internacionales contra los grandes grupos económicos y los personeros del mundo financiero, contra esos que podríamos llamar los “dueños del planeta”. Pero esos dueños del mundo, no solo afectan a los sectores populares, sino que además en su política de avasallamiento de las grandes mayorías de la humanidad afectan seriamente las políticas de los gobiernos de los países que pueden estar intentando construir un mundo distinto.
En esas protestas, los trabajadores organizados y distintas expresiones de las fuerzas sociales deberían tener un papel fundamental. Por esa razón el movimiento sindical uruguayo ha intentado, con variada suerte, articular sus luchas y aquellas desarrolladas desde otras organizaciones de la sociedad civil, con las políticas de los gobiernos que buscar frenan a ese poder que tanto afecta las condiciones de vida de millones de personas. Para esa tarea históricamente ha sido su preocupación mantener su unidad, su independencia frente al Estado y poseer un programa finalista que escapa a las tentaciones corporativistas y economicistas.
Ese esfuerzo, en estos tiempos que vivimos, presenta algunas dificultades. Algunas son propias y otras ajenas. Dentro de las propias sin extendernos en ella, una se ubica en los cambios que ha nivel planetario sufrió el capitalismo. Transformaciones, que terminaron con un capitalismo industrial manufacturero que generaba abundante mano de obra y con ello las posibilidades de una organización de la misma en un movimiento sindical y social con mucho peso y gravitación en la vida de sus países. De las ajenas o que no nos son de exclusiva responsabilidad del movimiento sindical, subrayamos las carencias actuales en la formulación de una alternativa que sea una respuesta a ese tipo de capitalismo.
En este mapa de la realidad donde se ha desarrollado en forma descomunal la informática y se ha producido un desarrollo a niveles inimaginables las llamadas autopistas de la comunicación, campea ese nuevo capitalismo: el capitalismo financiero en el que el 95% de la economía es la parte financiera, mientras que la llamada economía real, la que crea empleos sólo representa un parte ínfima.
Algunas respuestas a esta situación apuntan a pensar y proponerse un modelo donde el Estado vuelva a tener el peso que otrora tuvo.
Quienes nos ocupamos y actuamos en el campo de la defensa de los derechos humanos, tenemos muy claro que el Estado pude ser el mas eficaz opresor del ciudadano. Por lo que si ese fortalecimiento estatal, no es acompañado de una redefinición de la democracia y el papel de los estados en la vigencia y el desarrollo de los derechos humanos en su integralidad, no será por ahí que pase el futuro de la humanidad.
Los procesos que actualmente viven muchos de los países del cono sur de América, son una muestra de que pueden existir gobiernos con políticas que sin duda no son neoliberales y que tienden a revertir la disminución del papel del Estado producto de gobiernos neoliberales anteriores, pero tampoco constituyen formas de Estado que sean efectivos instrumentos para la liberación de los pueblos. Dicho de otra manera, la posibilidad de construir un mundo nuevo con libertad y justicia social, no está garantizado con Estados conducidos por gobiernos progresistas, si no existen a nivel de la sociedad civil organizaciones fuertes de los ciudadanos y estas son intransigentes defensoras de los derechos humanos en su integralidad.
Aun en esos países que ensayan propuestas políticas distintas a otrora administraciones fundamentalistas en el sentido neoliberal, surgen movimientos de protesta muchas veces espontáneos donde la gente no soporta ver pasivamente como se degradan sus condiciones de vida y son marginados de la sociedad. Un mundo donde hay cada día una cantidad mayor de ciudadanos que no tienen nada y una cantidad menor de ciudadanos que lo tienen todo, sólo es predecible que haya más protestas porque es un mundo donde se violan los derechos humanos.
Los movimientos sindicales con tradición clasista y con historia, frente a los actuales partidos de izquierda o progresistas, están- nos parece-, en mejores condiciones de pararse ante los desafíos del mundo globalizado.
Tenemos la percepción de que los partidos políticos, en su gran mayoría, han presentado dificultades para pararse ante los desafíos de la globalización, en razón de que están adaptados a una geopolítica de tipo estatal con una geografía de frontera y con unos intereses puramente locales. La desaparición del llamado campo socialista y los efectos directos e indirectos que produjo en la izquierda de cuño socializante en América latina-según nuestra modesta opinión-, materializó un retroceso en sus históricos posicionamientos ante los problemas que trascienden los localismos. Ese retroceso los ubica no en los desafíos que se plantean en el mundo que hoy existe, sino el lo que existía antes donde habían capitales nacionales, un mercado nacional, fronteras nacionales. Desde esa visión sus conductas son las de partidos nacionales, cuando los desafíos están en escenario donde casi no hay mercados nacionales, no existen capitales con nacionalidad, hay un proceso creciente de eliminar las fronteras nacionales y por ende menos soberanías nacionales. Entonces los partidos son una respuesta a un mundo que no existe y necesitan adaptar sus estrategias a los problemas de hoy.
El movimiento sindical uruguayo, ha realizado esfuerzos por pensar y resolver los problemas del mundo actual a una escala más global o si se quiere a partir de una concepción internacionalista.
Desde ese posicionamiento creemos que es posible construir las bases de una propuesta que responda eficazmente al crecimiento de la pobreza, al aumento de la precarización, la flexibilización, el saqueo del medio ambiente, la impunidad, etc.
El proceso que lidera Hugo Chávez en Venezuela y que se suma con sus características propias a la existencia de Cuba y su revolución en nuestro continente, aparece como una respuesta, a veces caótica, a esa globalización. Los cambios que se han producido en los últimos años con el triunfo del Partido de los Trabajadores en Brasil, la derrota del menemismo en Argentina, en Bolivia el triunfo de Evo Morales, en Chile con el afianzamiento del partido socialista, etc. crearon un sentimiento generalizado de esperanza para millones de personas. Sin embargo esos gobiernos no son parte de un movimiento internacional unificado, una internacional de enfrentamiento a las políticas neoliberales. Es más, muchas veces aparecen enfrentados por razones de liderazgos que no pueden ser más que expresiones de esos intereses transnacionales del nuevo capitalismo financiero o de esa incapacidad de la que hablamos anteriormente. La recurrencia de sectores de la izquierda uruguaya, por ejemplo, en predicas referidas a la soberanía con relación a la instalación de las plantas de celulosa en su territorio, o a la reciente extradición de tres militares a Chile, son para nosotros un ejemplo de esa incapacidad. Si Brasil se decidiera a talar todos los bosques de la amazonia, ¿pude pensarse que nos encontramos ante un problema que puede ser resuelto bajo los parámetros de la soberanía de ese país?, cuando sus efectos tendrían sin dudas repercusiones planetarias.
Estoy exponiendo en un seminario sobre los medios de comunicación, la universidad y su rol en la defensa y vigencia de los derechos humanos, permítanme entonces decirles que los medios de comunicación y los intelectuales universitarios, juegan en un puesto muy importante en este partido en el que está en juego el destino de la humanidad.
En este partido, que esperemos no estar jugando los descuentos, debemos hacer un esfuerzo para superar los condicionamientos intelectuales y tratar de que los medios de comunicación no sigan siendo tan efectivos en su tarea de hacernos creer que el mundo neoliberal en el que el mercado es el dios todopoderoso, es la única alternativa. Debemos hacer un gran esfuerzo para que los medios de comunicación sean verdaderamente un cuarto poder, critico al funcionamiento del poder estatal y no instalador de los ciudadanos en un mundo futurista, como bien dice Ignacio Ramonet, con la idea de que ese mundo es mejor que el precedente y por con siguiente se juega con la ideología de la dicha.
Una columna publicada a fines del año pasado titulaba “EL FIN DE LA INOCENCIA” de un conocido periodista de derecha que en nuestro país es un eficaz propagandista del neoliberalismo, me permitirá extenderme en este aspecto. Según esa idea de la derecha todas las fuerzas políticas opositoras cuando llegan al gobierno, deben dejar atrás un territorio, cruzar una frontera y pasar a moverse en otro campo que requiere otras ideas, otras perspectivas y otras valoraciones. Esta concepción, ha ingresado a algunos sectores de izquierda a partir de una formulación que reclama que las otrora fuerzas de oposición adquieran una “cultura de gobierno”. Para el columnista de la derecha cruzar esa frontera de llegar al gobierno, trae implícito hacer lo contrario de lo que se dijo en el pasado, acomodar los principios, mientras se cambia de carril y implica incluso tener que enfrentar a parte de su base de sustento popular que no entiende las razones de cambios sobre cuestiones que en el pasado eran emblemáticas.
Para cualquiera de estas dos vertientes de pensamiento las posibilidades de “cambio” sobre las que se convocó a los ciudadanos a la hora de elegir nuevos gobiernos supone exclusivamente la renovación de quienes ejercerán las funciones de gobierno: cambiamos a Menem por Kirschner, a Cardozo por Lula, a Batlle por Vázquez, etc. Pero estos una vez al frente del gobierno ingresan a un nuevo territorio en cuyas fronteras se despojaran de sus anteriores ideas, valoraciones y fines. Y así, siempre según los teóricos del estatus quo se podrá resignadamente afrontar la realidad tal cual es y aceptar las restricciones de todo tipo que tiene toda sociedad y así trabajar con hechos consumados imperfectos, laudar en la pugna entre intereses legítimos que se enfrentan en una sociedad democrática. Supone tener que decir que no, una y mil veces, a demandas lógicas, naturales, legítimas de la gente; tener que optar a diario por el mal menor, incluso para cuidar equilibrios precarios. Eso que en el ámbito político se define como "realpolitik", cuando se hacen cosas que no se desean y con las que en el fondo ni siquiera se está de acuerdo.
Las generaciones que se formaron influidas por las ideas de la izquierda en el América latina, fueron y en cierta medida, son portadores de una cultura que identificó qué cosas se debía cambiar en nuestro país en su afán de construir una sociedad distinta. Desde esa posición desarrollaron lo que se ha dado en llamar una “cultura de oposición”
De ahí que nos deberíamos preguntar ¿que implica, cuando se contrapone esa cultura de gobierno que hay que asumir, con aquella de oposición a la que hay que abandonar?
¿Implica que cuando se asumen la conducción del Estado en razón de las ansias de cambio que objetivamente existieron en la ciudadanía, necesariamente desaparecen los objetivos de los cambios que antes se pensaba que se debían hacer? Si esto es así, nos encontramos ante una estafa, un engaño.
Un ex guerrillero y actual Ministro del gobierno de izquierda de Uruguay ha sostenido que hemos agotado una etapa histórica de oposición y ahora tenemos que redefinirnos como integrantes de una fuerza de gobierno. Para esa redefinición de rol, para esa cultura de gobierno, para esa suerte de travestimo político, nada mejor que seguir los consejos de los columnistas de la derecha y hacer lo que nos aconsejan: darnos un “necesario e inevitable baño de realidad”.
Alain Bordiou, un filósofo francés nos recuerda que André Malraux decía que en el siglo XX “la política fue lo que reemplazó al destino, que el destino de ese siglo había sido la política y que la tragedia del siglo había sido la política. Pero, sostiene Bordiou, se acabó el siglo. Ya no sabemos lo que es la política, nos vemos liberados a las fuerzas materiales más poderosas, somos hoy, todos eslavos del mercado y de la Bolsa, el poder actual es el poder de las finanzas y del mercado. Y como no sabemos lo que es la política, somos esclavos del poder”.
Nosotros creemos en la política como acción transformadora. Creemos que sí, es posible que a partir de la acción, de una nueva gestión política de la izquierda desde el ejercicio de la administración del Estado, ir generando una cultura nueva de la acción política. Esta nueva cultura, por supuesto que no implica ningún abandono al cruzar las fronteras y pasar a moverse en otro campo. Esa nueva cultura, es la que nos impondrá las obligaciones de usar las propias palancas del Estado, para transformarlo.
Esto es parte de los desafíos que enfrentamos los ciudadanos para refundar la democracia como expresión de una voluntad de los ciudadanos no sólo para reemplazar a Cardozo, Batlle o Menem, sino que votábamos también por las soluciones económicas, políticas y culturales. Debemos ampliar los limites de nuestras decisiones, debemos repensar la democracia, profundizar nuestros derechos vinculados a los problemas ecológicos, nuestros derechos a vivir respirando aire puro, a beber agua potable, a la justicia, a la verdad sobre nuestro pasado. Y esos derechos van más allá de nuestras fronteras por que los compartimos con el resto de la humanidad.
Habitamos un planeta donde hay mil millones de personas que viven y cinco mil millones que sobreviven. Ese mundo amenaza a estallar. La gran meta de la mundialización apunta a la destrucción de lo colectivo, la apropiación de las esferas pública y social por el mercado y lo privado.
¿Desde donde nos oponemos a eso?
Creo que hay muchos compañeros en la izquierda latinoamericana que están en una izquierda en blanco, sin programa, que ya no cree en un programa de transformaciones. Esa izquierda ubicada en la administración del Estado, creé que tiene el horizonte de su acción circunscripta a una administración “buena”, honrada y sin grandes problemas. Todo aquello que ponga en peligro esa perspectiva a partir de reclamos de los sectores populares, se convierte en algo que hay que eliminar, y no resolver.
Hemos realizado muy a trazo grueso, el escenario de esta globalización, ahora veamos el tema de los derechos humanos en el.
Como los tumores que afectan la salud de nuestros cuerpos, hay efectos de la globalización “malignos” y “benignos”. Que desde una terminología médica se podría aventurar que los estados de salud de las sociedades actuales, dependen de los diagnósticos de los médicos de turno. Hay quienes ven en los efectos de la globalización solo aquellos que les sirven, ven sólo cosas positivas. Hay quienes se ocupan de ver solo los aspectos negativos.
Las enfermedades de las sociedades tienen efectos que se manifiestan como males colectivos, y por esa razón muchas veces suelen pasar desapercibidos para un tejido social cargado con los virus del individualismo.
Le resulta difícil a nuestras sociedades reflexionar seriamente sobre su futuro, cuando se las bombardea desde esas dos bibliotecas. Una que diagnostica desde el PODER y otra biblioteca que predica, viendo siempre en cada intento de avance de la humanidad, manifestaciones escondidas del imperialismo.
Las verdades instauradas en el campo de los actuales modelos económicos neoliberales, se transforman así en cosas indiscutibles, irrefutables, imparables por más soberanía popular que se manifieste.
El parentesco más o menos cercano que existía en Uruguay hasta no hace mucho tiempo en el imaginario colectivo, entre lo justo y la justicia se doblegó y se transformó regresivamente ante la lógica avasalladora de lo que hacían nuestros vecinos de Argentina cuando eran gobernados por el menemismo. Se privatizaron empresas, se terminaron con algunos monopolios estatales, se avanzó en procesos de flexibilización laboral, etc. Lo que Uruguay tenía o había conquistado fue transformado como consecuencia de ese efecto igualador para atrás, que se instala como una especie de jurisprudencia obligatoria de la globalización, indiscutible e ineludible.
¿Queremos decir con esto, que todas las conclusiones a la que arriban las sociedades, son sospechosas, malignas? ¿o que apostamos al mantenimiento de una suerte de aislacionismo?
Quienes desde nuestra práctica sindical apostamos a lo colectivo, no podemos ignorar la sabiduría que encierran casi siempre las definiciones que son el producto de una reflexión colectiva de los pueblos.
Por esa razón la humanidad saludó con satisfacción colectiva, cuando hace mas de medio siglo atrás declaró los Derechos del Hombre y abrió el camino a las distintas Convenciones, Pactos y Declaraciones relativos a los derechos Humanos, a los Derechos Sociales y Políticos.
Cuando en cada capitulo, en cada artículo se enumeraron los derechos de los seres humanos, se consagro una globalización de conceptos sobre los que no deberían existir dos bibliotecas.
En América latina los sistemas políticos, no se ha interrogado sobre si se han respetado las obligaciones que establecen para los gobiernos los tratados internacionales suscriptos, a la hora de responder a los distintos problemas que padecen los ciudadanos. Nuestros sistemas políticos, nuestros sistemas judiciales no se han dado aún por enterados de la existencia de un derecho internacional relativo a los derechos humanos y por ende admiten en la mayoría de los casos que ellos sean violados.
Cabe preguntarse si esos derechos que son producto de la conciencia global de la humanidad (la otra globalización), se impondrá en la política de los actuales gobiernos priorizando por ejemplo la atención de los más elementales derechos de la gente frente al pago de una deuda externa por lo general generadas por gobiernos ilegítimos.
Con relación al papel que le cabe a un Estado democrático - a través de su sistema de justicia - en el encare de las violaciones a todos los derechos humanos cometidas por el propio Estado, es un aspecto que no ha merecido, desde el punto de vista político, una reflexión seria y permanente que vaya incorporando las “nuevas” situaciones que se han generado en dicho proceso. Ese aspecto, a quedado confinado, o a la esfera de las organizaciones de defensa de los derechos humanos y/o, a las organizaciones que se han dado las victimas o los familiares de las victimas. Esas organizaciones que han tenido un papel muy importante, en la configuración de los instrumentos jurídicos de carácter internacional, han actuado, en la mayoría de las veces, a impulsos de una resistencia al “status quo”, que han pretendido implantar los gobiernos.
La falta de esta discusión desde las organizaciones políticas que se llaman progresistas, ha llevado muchas veces, a que estas tengan o bien una actitud pasiva, o bien hayan operado como acompañantes “solidarios” de las organizaciones humanitarias. En otros casos, han operado como articuladores o pasivos espectadores, de salidas de “oportunidad” política.
Por esa razón, y a la luz de las experiencias vividas, esta discusión que reclamamos, debe ser una discusión generadora, de un debate, que abarque la consideración de este aspecto, en el marco de la lucha democrática por el cambio social.
En nuestro país somos concientes que han operado trabas para que el movimiento popular se pregunte, en la actualidad, sobre la utilidad social y democrática de la lucha por los derechos humanos.
La democracia para los trabajadores, no es votar cada 5 años. Debe ser sustancialmente un sistema de valores y de prioridades éticas, que sólo son reales, si éstas están firmes en la conciencia de los ciudadanos. Ese sistema de pautas valorativas, de funcionamiento de la sociedad, operan casi de forma automática, cuando la vida democrática es plena. Son, según una feliz formulación, algo que “se lleva adentro, casi sin saberlo, así como se lleva el lenguaje sin saber gramática, o el sentido común sin manejar lógica”.
En nuestro caso, cuando esas pautas fueron conmovidas por años de despotismo, no nos alcanzó con restaurar las instituciones y las formas jurídicas externas, y durante muchos años nuestras consignas hablaban de profundizar la democracia, o de bregar por una democracia de avanzada.
Es cierto que restaurar derechos afectados, identificar a sus autores y aplicarles el justo castigo, opera en el sentido de impedir su repetición.
También opera en el sentido, nunca despreciable, de debilitar el aparato burocrático estatal, poniendo en evidencia sus inconsecuencias. El principal valor de la lucha por los derechos humanos en este aspecto, es ideológico.
En esa batalla el plano jurídico resulta esencial, sobre todo cuando se visualiza una ofensiva sobre los instrumentos que establecieron determinados derechos de los individuos y los pueblos. Históricamente, las organizaciones de izquierda han tendido a subestimar el papel del Derecho en los cambios sociales. Si bien es cierto, que en buena medida, el Derecho es uno de los esquemas de dominación social, también es el resultado de las luchas sociales y logra reflejar los avanes y fracasos de las luchas populares.
Muchas posiciones que se ubican en la izquierda más radical, ven el derecho y su resultado la justicia, como una simple máscara de la dominación del capitalismo internacional y las burguesías nacionales asociadas a él. Esas posiciones ignoran que la burguesía, al haber fundado su legitimidad de dirección política en base a la vigencia de los derechos humanos, se inoculó de un germen que pude conducirla a su propia destrucción.
Históricamente la clase burguesa -que ya había conseguido el predominio económico a través de los absolutismos monárquicos nacionales- tuvo que complacer a las capas populares para la toma del poder político. Para ello, debió pagar el precio de formular los Derechos Humanos como base legitimante de esa conquista política (Libertad, Igualdad, Fraternidad).
A partir de ahí, la historia posterior de las luchas populares contra ese poder político burgués transformado en este capitalismo financiero que hoy padecemos, es la de los intentos de hacer realidad el programa de la revolución francesa. Culminar lo que, tras la promesa inicial, la burguesía nunca llegó a cumplir.
Esa lucha implica necesariamente la adopción por parte del movimiento popular, de esas bases legitimantes ideológico-jurídicas de amplia aceptación popular; y su pleno desenvolvimiento.
Así, es de principal interés estratégico la lucha por la vigencia de los DDHH, porque esto es lo que le va a dar al pueblo armas futuras de combate ideológico, al mismo tiempo que, por otro lado, le roba banderas al discurso de las políticas imperilistas que practican los EE.UU de Norteamérica.
El cumplimiento de mandatos constitucionales, de convenios y tratados internacionales, tiene derivaciones que los sistemas políticos han vislumbrado y por ello su política de ignorar su existencia.
Ese ignorar su real existencia, de determinados derechos, ha sido acompañada de una estrategia de la llamada administración del poder del saber, Las escuelas de derecho, mas que escuelas de aprendizaje de la lucha por la vigencia de lo justo, han sido, por lo general (aunque con honrosas excepciones), escuelas de una forma de “administrar” los derechos desde el punto de vista “político”. Espero que estas reflexiones que intentaron abarcar distintos aspectos que hacen a la temática de este Seminario, sirvan para pensar e interrogarnos juntos sobre el futuro de nuestro planeta.
(*) Nació en Montevideo, Uruguay en 1944. Fue dirigente en los gremios de trabajadores ferroviarios, de la industria pesquera y del Poder Judicial. Militó en la Federación Anarquista Uruguaya y en la Resistencia Obrero Estudiantil. Fue integrante de la dirección de la CNT y posteriormente del PIT CNT. Durante la dictadura estuvo preso desde 1973 hasta 1980. Impulsó la causa judicial en la que se procesó al ex canciller de la dictadura Juan Carlos Blanco. Se desempeña en la Secretaria de Derechos Humanos y Políticas Sociales del PIT-CNT, en el área de investigación y lucha contra la impunidad. Integra la Comisión Social Consultiva de la Universidad de la República en representación de la central sindical. Es autor de “Desaparecidos: la coordinación represiva” y “Secuestro en la embajada: El caso de la maestra Elena Quinteros” y varios trabajos sobre el tema. Integra el Secretariado Ejecutivo del Partido por la Victoria del Pueblo.

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