sábado, 26 de mayo de 2007

¡QUE VIVAN LOS COMPAÑEROS!

Publicado en Trabajo & Utopía

Estas páginas de Trabajo y Utopía, mes a mes nos plantean un desafió. Al escribirlas debemos definir lo que incluimos en ella. Debemos resolver que trataremos de expresar en ellas para que contribuyan a definir las distintas coyunturas por las que pasa la lucha por la plena vigencia de los derechos humanos en nuestro país. Para ello, hemos ido registrando las trabas, los avances, los fracasos y las victorias de la lucha por VERDAD Y JUSTICIA.
Otras veces, nos apremia le necesidad de rescatar la figura de nuestros desaparecidos. Para ello muchas veces debemos acudir a los testimonios del horror. Aquellos relatos que rescatan, tanto los nombres de los verdugos, como la “última noticia”, el último “dato”, del desaparecido.
A partir de ese último dato o con la última foto del desaparecido, parece congelarse el tiempo para él. Como dicen Nihil y Matías, los hijos de Raúl Olivera Cancela, “Tener hoy más edad que la de nuestro padre resulta terriblemente perturbador”.
Pero paradójicamente, frente a ese tiempo que se detiene para el desaparecido, hay otra dimensión de la desaparición que se extiende en el tiempo y se transforma en “perturbadora” también.
En otra parte de esta página, los hijos de Raúl Olivera Cancela, nos hablan a propósito de su padre. A esos dos jóvenes, que hoy son más viejos que su padre, los conocí cuando aún eran niños. Niños que vivían, desde otra dimensión, no menos dolorosa y dramática, la desaparición de su padre.
De ese entonces, data esto que hoy quiero contar, para dar otra dimensión de ese instrumento terrible que fue y es la desaparición forzada de personas.
Corrían los primeros años del 80. Seguramente 84 u 85. Habíamos viajado con Sara a Buenos Aires. Desde su salida de Punta de Rieles, la búsqueda de su hijo Simón, en esos años tenía como principal escenario la Argentina.
En esa búsqueda, Sara había trabado una amistad muy especial con Cristina, la compañera de Raúl Olivera Cancela y madre de sus dos hijos Nihil y Matías. En esos años ellos vivían en la Provincia de Buenos Aires.
Cierto día, decidimos visitarlos en su casa. Cristina, me había pedido que en lo posible, evitara que sus hijos supieran como me llamaba. No dejaba, seguramente de ser perturbador para esos niños que no llegaban ninguno de los dos a los 10 años, recibir de visita alguien que se llamaba también Raúl Olivera, igual que su padre desaparecido.
Pensé que no sería difícil atender la solicitud de Cristina, y no identificarme. Por lo general, a los niños no nos presentamos con esa formalidad que lo hacemos ante los mayores.
A poco de llegar y habernos instalado en torno a una mesa, sucedió algo que no esperábamos. Nihil y Matías, iniciaron un pertinaz interrogatorio que apuntaba a saber como me llamaba. Fracasados los intentos de ignorar las preguntas y conducirlos hacia otras preocupaciones, opte por un atajo que no resultó feliz.
- Me dicen el flaco, conteste buscando dar por terminada la curiosidad infantil.
El silencio largo que siguió a mi respuesta, auguraba que aún mi sobrenombre, producía un efecto no esperado en ambos. Luego supe, que a su padre, también solían llamarlo “el flaco”.
Para colmo, ese “error”, no hizo más que desatar un interrogatorio aun mas inusual por parte de dos niños queriendo que una persona mayor de visita en su casa, le revelara su nombre.
Nada valió desarrollar las técnicas de “hábil declarante”. Finalmente, mirando a Cristina como diciéndole que lamentablemente debía de confesar, di mi nombre y apellido.
- Me llamó Raúl Olivera, dije.
Ambos niños quedaron muy serios, mirándome. Ningún gesto demostraba asombro, extrañeza. Solo miraban profundamente a aquel hombre, que llevaba el mismo nombre de su padre desaparecido.
Finalmente, Matías señalándome con el dedo, me advirtió:
- ¡Tené cuidado, porqué podes desaparecer!
Sin duda, esos dos niños frente a ese instrumento de terror que aplicaron sistemáticamente las dictaduras del Cono Sur, no podían tener esa explicación que hoy nos dan, cuando ya son hombres: “Pero el tiempo no pudo hacer desaparecer que Raúl Olivera fuera culpable”. Tan “culpable” cómo todos aquellos cientos de miles que luchan y lucharon por un mundo más justo. ¿Cuántos Raúl Olivera habrá en el mundo “culpables” de luchar por defender unos mundos mejor, “culpables” de criticar una brutal violencia social?”.
Ese terror que derramaron y derraman sobre los ciudadanos indefensos, el terrorismo de Estado, también tenía y tiene efectos en los niños: por tener determinado nombre, se puede desaparecer.
Ese día, quise ser dos veces Raúl Olivera.
* * *
Doce años después, nos encontrábamos abocados a realizar un seguimiento de las denuncias que en nombre del PIT/CNT habíamos radicado ante la Audiencia Nacional de España. En aquellos días, las batallas más importantes contra la impunidad, dependían de las acciones que a miles de kilómetros realizaba el Juez Baltasar Garzón.
Para esa tarea, debimos muchas veces acudir a la ayuda de compañeros argentinos que radicados en España, acompañaban y apoyaban las actividades de los abogados y fiscales que trataban de enjuiciar a los responsables de las dictaduras latinoamericanas: entre ellos a Pinochet.
La Asociación de ex detenidos desaparecidos de Argentina, me había proporcionado el correo electrónico de Hebe Cáceres, una sobreviviente de un centro clandestino de detención de la dictadura de Videla que estaba radicada en España, para que recurriera a ella para realizar el seguimiento de la causa que habíamos presentado y eventualmente para tener información.
Fue así que una mañana le escribo un e-mail a Hebe Caceres. Por supuesto que dicho correo lo firme con mi nombre.
A los pocos minutos, recibo un correo de Hebe en la que me decía: “Raúl, ¿Qué alegría!¡Estas vivo! Yo soy…”. Y continuaba dando detalles tratando de hacerme recordar que ella era una de las personas con la que había compartido cautiverio en “El Banco” un centro clandestino de la Provincia de Buenos Aires.
Me costo mucho tener que responderle y arruinarle la alegría de saber que aquel uruguayo con el que había compartido su condición de prisionera, no había desaparecido.

Raúl Olivera Alfaro

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