viernes, 25 de marzo de 2011

CARTA ABIERTA A LOS COMPAÑEROS DE RUTA

Estimados compañeros: Todos y cada uno de nosotros en este casi cuarto de siglo en el que venimos batallando desde distintos ámbitos por verdad y justicia, hemos coincidido o discrepado en torno a las urgencias o los acentos que se debía imprimir a esa lucha tan vasta.
Muchas veces los reveses recibidos o los avances logrados, no nos han dejado tiempo para reflexionar juntos y de cada uno de los hechos vividos, sacar las conclusiones- que cuando son colectivas- son más “sabias” y sobre todo se incorporan con menos dificultades al patrimonio de los pueblos.
La reciente Sentencia de la Corte Interamericana condenando al Estado uruguayo, es a mi entender, en este tema de derrotar a la cultura de impunidad existente en nuestro país, el hecho político más trascendente de este último cuarto de siglo.
Sin embargo, al igual que los derechos consagrados en la Constitución y la legislación humanitaria y de derechos humanos, son letra muerta si los pueblos no luchan por hacerlos letra viva que establezca los limites a las diversas formas del autoritarismo estatal.
Aclarado esto, para atenuar las lecturas pesimistas o las muy optimistas, quiero referirme a este tema desde una óptica que no puede estar ausente.
La sentencia de la Corte Interamericana en un contencioso que se dirimía desde hace al menos 5 años ante la Corte Interamericana, en la que se condena al Estado uruguayo de varias violaciones de los derechos humanos en la persona de María Claudia García de Gelman y su familia biológica, me ha producido y supongo que también a muchas personas, sentimientos contradictorios. Por un lado alegría, orgullo y satisfacción, y por otro lado, tristeza, vergüenza e insatisfacción.
¿Que es lo que llena de tristeza, vergüenza e insatisfacción?
No puede sino darnos tristeza y vergüenza, que en esta tierra donde repetimos tantas veces la frase de Artigas de que los más infelices sean los más privilegiados, durante más de un cuarto de siglo hayamos permitido que se violaran impunemente los derechos a las garantías judiciales y a la protección judicial; al derecho a la personalidad jurídica, a la vida, a la integridad personal, a la libertad personal, al derecho al reconocimiento de la personalidad jurídica, a la protección de la honra y de la dignidad, al nombre, la nacionalidad; al derecho a la protección de la familia, etc.
Nadie puede ser más infeliz que aquellos a los que le sustrajeron y le negaron derechos tan elementales como los que enumeramos anteriormente.
Pero decíamos al comienzo, que además de tristeza y vergüenza, sentíamos insatisfacción.
¿Por qué esa cuota de insatisfacción?
Porque como sociedad, como sistema político, no hemos tenido capacidad y coraje, para que esos infelices tuvieran el privilegio de ser atendidos en sus reiterados reclamos de Verdad y Justicia.
Admitamos, compañeros, que como sociedad, no hemos hecho honor a que los más infelices sean los más privilegiados.
Por supuesto, que nos hubiera gustado que esa condena por las omisiones y responsabilidades del Estado uruguayo no hubiera existido, o al menos que hubiéramos terminado con ellas mucho antes. Pero estamos a tiempo de asumir con la mayor diligencia posible, las obligaciones que correspondan.
Decía, que también sentía alegría, orgullo y satisfacción.
Alegría porque se enciende en el horizonte de muchas familias, una luz de esperanza. De familias que además de sufrir las consecuencias terribles de las practicas genocidas del terrorismo de Estado, sintieron con razón, que los poderes del Estado se confabulaban para profundizar esas heridas.
Orgullo, porque a pesar de lo que significa enfrentar a los poderes del Estado negándoles su derecho a la justicia y a la verdad, no entregamos ni arriamos esas banderas justicieras y fuimos capaces de construir las condiciones para que en algún lugar se nos reconociera esos derechos y se ordenara que nos sean restituidos.
Y también satisfacción, porque teníamos razón cuando sosteníamos que la impunidad sostenida por la nefasta Ley de caducidad, era violatoria de nuestra constitución y de los compromisos internacional que Uruguay acepto y se comprometió a respetar.
Satisfacción, porque a través de los que nos recuerda y nos exige como Estado la Sentencia de la Corte Interamericana, nos hablan y nos interpelan las Totas Quinteros, las Luz Ibarbouru, las Quicas Errandoneas, las Blancas Artigas y todas y todos los que con su ejemplo fueron madres de la vida.
Próximamente nuestro parlamento deberá dar un paso importantísimo para el prestigio del país y sus instituciones cuando tenga que expedirse sobre una ley que habilite a empezar a dar cumplimiento a lo que ha dispuesto por la Corte Interamericana.
El 22 de diciembre de 1986, en los alrededores del Palacio legislativo, los sables de los coraceros me quebraron un brazo. Cuando en ese mismo lugar, se termine con la existencia de la ley de caducidad, pienso estar ahí, para quebrarle la columna a la impunidad, sin sables ni garrotes: con la dignidad que se merecen los compañeros que fueron asesinados o desaparecidos. Espero que nos encontremos allí, con el convencimiento de que crearemos un mundo nuevo, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones,
Fraternlmente
Raúl Olivera Alfaro

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