domingo, 15 de septiembre de 2013

DE VISIONES TOTALIZADORAS Y REDUCIONISTAS.

DE VISIONES TOTALIZADORAS Y REDUCIONISTAS. Desde que abandone la vida laboral activa a principios de 1999, de acuerdo a principios que inculcaban quienes contribuyeron a nuestra formación, nunca se me paso por la cabeza tener la posibilidad de intentar mantener en algún ámbito de la vida sindical, una representación por algunos de los gremios que en mi vida supe representar (Unión Ferroviaria antes y después de la dictadura, la Coordinadora Uruguaya de Trabajadores de la Industria Pesque y Asociación de Funcionarios Judiciales del Uruguay, posteriormente a la dictadura). Me siento, un observador privilegiado, de los desafíos que atravesó el movimiento sindical, tanto por haber integrado organismos de dirección, de la CNT como del PIT/CNT, en coyunturas sociales variadas. En algunos periodos, debo reconocerlo, sin la suficiente madurez política, para captar todas las complejidades que atravesaron y atraviesan la vida sindical, cuando esta tiene – por suerte-, las características de nuestra construcción de la unidad. A partir de lo expuesto, no intervengo públicamente en las polémicas en torno a las tácticas y estrategias que cualquier sindicato o federación, toman de acuerdo a su saber y entender, en el desarrollo cotidiano de la vida del PIT/CNT. Sigo convencido que las vías propias del movimiento, son las únicas adecuadas para el desarrollo de estas. Menos aún intervengo, terciando en aquellas determinaciones que el propio PIT/CNT toma en diversas oportunidades. Ello, no implica, que no tenga opiniones al respecto – de acuerdo o desacuerdo -, que si alguien me las pide, siempre entre trabajadores, no he tenido ningún inconveniente en darlas. Tampoco eso implica, que no tenga mis afinidades con las corrientes que integran actualmente y en el pasado, el movimiento sindical. El haber definido seguir aportando, luego de haber abandonado la actividad laboral en un área de trabajo del Movimiento Sindical – como lo es el que se desarrolla, una política activa en materia de lucha contra la impunidad y en defensa de los derechos humanos-, lo planteado anteriormente se hizo aun más necesario. Eso en razón, de que la eficacia de un trabajo del PIT/CNT en esa área, implica necesariamente a mi entender, un apoyo lo más monolítico posible de todo el movimiento sindical. Digámoslo de otra manera más categórica, si se quiere: un desafío democrático tan profundo y ligado a las condiciones imprescindibles de la vida ciudadana en general, no debe ser patrimonio único de una corriente sindical y menos aún, estar o ser percibido como una política sindical al servicio de legítimos perfilismos, de una corriente sindical. Esto por supuesto, rema contra la corriente, a partir de una lógica que en los hechos se ha instalado, de repartos de áreas de acción o influencia. Nada de lo expresado, tiene un remoto parentesco, por la consabida teoría del “corte del cordón umbilical”, que muchas veces sirve de escusa no solo para distanciarse de las determinaciones de las estructuras sindicales o políticas que le permiten a cualquier persona estar en un determinado lugar, sino también para distanciarse de los programas. Personalmente, estamos convencidos que el mantener esa relación de dependencia de las estructuras y las definiciones programáticas, es la que nos puede permitir desde donde estemos, tratar de contribuir a mantener el imprescindible escenario de unidad, en el que tienen verdadero sentido la existencia de verdaderas corrientes, tendencias o líneas sindicales que sean eficaces para definir los mejores caminos en la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores. A pesar de que tenemos la intención de no referirnos a situaciones particulares, sino referirnos a una reflexión general, intentaremos –veremos con que suerte -, no caer en lo que queremos criticar. Toda esta introducción, para poder incursionar en un aspecto que últimamente, desde filas del movimiento sindical y desde el gobierno se maneja en un tono que por llamarla de alguna manera, he optado por bautizarla de “visiones totalizadoras”. Ambos, voceros sindicales o de gobierno, para darle un ropaje de cosa fuera de discusión, evocan la figura de José D´Elia. A partir de cierta simplificación, que quita las peculiaridades y complejidades de toda lucha gremial, se intenta darle valor universal a determinadas cosas, que a veces son correctas y otras veces, no. En ese sentido, se ha afirmado que toda detención de la actividad laboral, indefectiblemente debe generar el descuento correspondiente. Esa visón totalizadora contenida en esa afirmación que solo es válida para algunas situaciones, invalida y apunta a liquidar la legitimidad de que en determinados conflictos gremiales, dentro de sus reivindicaciones finales se encuentre el no descuento de los días no trabajados. Históricamente, muchos conflictos incluyeron luego de desatadas las paralizaciones de tareas, el pago de los días perdidos por responsabilidad de las patronales. Un ejemplo de ello, por ejemplo una patronal no paga en fecha los salarios y ante ello los trabajadores dejaban de cumplir sus tareas, o las condiciones de trabajo ponen en riesgo su integridad personal. De prosperar ese aforismo que toda paralización debe indefectiblemente generar el descuento correspondiente, nos pueden desarmar ante patronales que “gestionan” la conflictividad por razones comerciales. Ejemplos hay muchos, por lo que concluyo, que no siempre es ilegitimo que una paralización sea reclamada con el pago de los jornales perdidos. Si en un juicio civil, la responsabilidad en un accidente, implica el reclamo legitimo del damnificado del llamado “lucro cesante”, es decir lo que podría haberse ganado y no se pudo en razón de la responsabilidad del causante del accidente, ¿porqué no se puede en el caso de una paralización en la que la patronal es responsable, reclamar lo que se estuvo impedido de generar? Conclusión: No siempre es ilegitimo, incorrecto reclamar que no se produzcan los descuentos del tiempo no trabajado. En otro orden, en estos últimos días se afirmo cual mandamiento sagrado que los “acuerdos están para ser cumplidos”. Y nuevamente, la evocación del Pepe DÉlia es invocada para santificar esa afirmación. Un acuerdo entre los trabajadores y la patronal (estatal o privada), es por lo general siempre, el resultado de una correlación de fuerzas existentes en determinado momento de una lucha gremial. De ahí que algunos acuerdos, pueden ser según la forma en que finalmente se resuelve un conflicto, carente de legitimidad desde el punto de vista gremial. Muchas veces, el desarrollo de un conflicto obliga a ponerle fin tratando de salir de él, en las mejores condiciones posibles. Muchas veces esas condiciones en que se sale de él, es una derrota desde el punto de vista de lo que se quiso lograr y lo que finalmente se logró. De ahí, que un gremio en esas circunstancias, no solo puede, sino que posteriormente debe - si entiende que esa correlación de fuerzas cambio a su favor -, replantearse nuevamente la lucha para alcanzar lo que en el pasado no se pudo lograr. De lo expuesto, debemos entender que los acuerdos, no siempre se deben cumplir. Congelar a favor de las patronales – sean estas estatales o privadas -, una situación dada, cuando el acuerdo es injusto, no solo puede ser injusto en el momento de laudarse el acuerdo, sino que extiende dicha injusticia para el futuro. Entonces, los acuerdos están para cumplirse, a veces sí y otras no. Concluyendo, las generalizaciones o visiones totalizadoras, que solo pueden ser validas en algunas situaciones y en otras no, no son buenas. Menos bueno es aún, meter en situaciones del hoy – con sus particularidades históricas -, la sabiduría de DÉlia, que seguramente si algo sabía, era que no hay biblias metodológicas para resolver los temas sindicales. En otro orden, existe también la pareja dialéctica de las visiones totalizadoras, aquellas reduccionistas. Reducir una lucha gremial al simple correlato de dos fuerzas enfrentadas, nunca es una buena práctica sindical. Hay otra batalla, que trascurre al mismo momento y en otro escenario, que es la batalla por la opinión pública. En ese otro campo de batalla, no alcanza con la legitimidad interna que una lucha tiene en el campo de los integrantes de un sindicato. Por esa razón, esa legitimación debe ser adecuadamente trasladada al campo de la opinión pública. No hacer adecuadamente esa operación, implica el aislamiento de una lucha. Dicho de otra manera, si el esfuerzo de un gremio, siempre debe estar centrado en fortalecer sus propias fuerzas, y para ello debe tratar de fortalecer la permanencia en sus trincheras de la mayor cantidad de trabajadores, es poco comprensible que desarrolle conductas que tengan como consecuencia que trabajadores abandonen la lucha y como caso extremo, se pasen a las filas de las patronales. Lo mismo sucede con la opinión pública. El no manejar adecuadamente estos parámetros, puede conducir e errores muy graves a otro nivel de una conflictividad desatada y que se extiende en el tiempo. Lo más difícil no es desatar una lucha gremial, sino saber cómo salir de ella. Y en ese aspecto, las instituciones políticas y estatales, juegan un papel importantísimo. Allí, cuando gremios en conflicto realizan el llamado “cabildeo”, entre los sectores políticos, gubernamentales, etc., lo que se está haciendo es tratar de incidir en un aspecto de la correlación de fuerzas más general. Pongamos un ejemplo. Si uno vive en un pueblo alejado de cualquier otro y en ese pueblo hay un solo almacén, lo peor que puede hacer un habitante de ese pueblo – al menos si quiere seguir viviendo en el -, es pelearse con el único comerciante que puede proveerlo de su alimentación diaria. Raúl Olivera

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