EL CIPRES Y EL JAZMIN JAPONES.
Seguramente en busca del sol o simplemente para alcanzar los
6 metros que puede llegar a crecer, el Jazmín japonés trepó por el el ciprés. Quien mira de lejos,
se asombrara que un ciprés este poblado de flores amarillas. Si el espectador
es un carbonero, seguramente atribuirá el fenómeno a la goleada del último fin
de semana.
Mientras
duren las flores del jazmín, será un lindo espectáculo que se extenderá con
mucha suerte, desde fines de abril hasta los últimos días de mayo. Casi que,
cuando tengan lugar las elecciones internas de los partidos en el Uruguay,
aunque ya algo marchitas, se podrá apreciar ese espectáculo multicolor.
El
lector, adelantándose a mi intención, podrá pensar que es una alusión a la
disputa entre Tabaré y Constanza en esas internas, y seguramente identificará
al ciprés-Tabaré y el jazmín-Constanza.
Lamento
desilusionarlos, pero no es ese el rumbo de mis elucubraciones
político-florales.
Si
fuéramos agentes inmobiliarios y pretendiéramos vender el predio donde conviven
tan armoniosamente el ciprés y el jazmín, diciendo que el primero florece, seguramente
estaríamos pretendiendo engañar a algún promitente comprador y mereceríamos el
calificativo de estafador.
O, si invocáramos
falsos conocimientos de botánica, atribuyéramos al jazmín y al ciprés una
suerte de particular y exclusiva simbiosis, los otros que han trepado por los
ficus y hasta por los pinos, nos desmentirían sin levante.
Dejemos
ahora a los jazmines y los cipreses y vayamos a otro tipo de simbiosis, aquella
que debería manifestarse claramente en los acuerdos político-electorales. Si en
la ciencia botánica, una simbiosis es la interacción, la relación estrecha y
persistente entre organismos de distintas especies en la que los participantes
salen beneficiados, los acuerdos electorales son también en política, una
suerte de simbiosis entre distintas propuestas políticas en las que los
participantes también salen beneficiados.
Teniendo
en cuenta, que un acuerdo político-electoral, es en última instancia una suerte de dirección que se termina dando
al voto del ciudadano, debería ser muy claro para ellos a donde va y para qué.
Quienes no participan del armado de los mecanismos electorales, al menos para
la salud de la democracia, deberían eso: qué los cipreses no dan las flores del
jazmín.
De no
ser así, seguramente el descreimiento en la política se potenciará, sobre todo en
quienes buscaron en la izquierda otra forma de hacerla.
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