BANALIDAD Y LA TREGUA DE DIOS.
(Mayo de 2013)
El
pasado 1º de mayo, la central de trabajadores desde su tribuna como todos los
años en que las libertades públicas existentes lo han permitido y algunas veces
desafiando las limitaciones del autoritarismo estatal, realizó en su oratoria diversos
reclamos. Todos ellos con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la
sociedad en general y de los trabajadores en particular.
El reclamo
esta vez, fue mañanero a los efectos de armonizar las tradicionales actividades
sociales y familiares propias de un día
feriado, con las alicaídas obligaciones militantes.
En esa
armonización, seguramente sin proponérselo, se ayudo a que la actividad que
desde hace algunos años se realiza en el llamado “quincho de Varela”, tuviera
una extensa sobremesa de la vario pinta concurrencia, en la que hasta no falto
una “Princesa”. .
Quienes no
estuvieron en uno u otro evento y tomaron conocimiento de ellos por los medios
de comunicación, tendrán dificultades para evaluar cual de los dos era el más
importante para los destinos y la suerte del país. Y pese a que, según las
crónicas periodísticas, en uno y otro evento se repitieron en algún caso los
asistentes, no resulta fácil establecer una relación entre una y otra.
En la Edad media, una suerte de monopolio existente,
obligaba a los campesinos, pagar un impuesto llamado “banalidades” para cocer su pan en el horno de los señores feudales. Muchos
se preguntaran si esos reclamos al gobierno y las patronales reclamados desde
una tribuna que inequívocamente Richard Read, denomino lo que era (de lucha) y
lo que no era (de amigos), se cocerían en el horno del quincho de Varela. Y si
no era así, en que radicaba la importancia que le otorgo la prensa.
Mientras que
pocos minutos después de las trece horas, retumbaba en la plaza de mayo un ¡arriba
los que luchan!, como corolario de un combativo y provocador discurso de cierre
del acto del 1º de mayo, a pocos kilómetros de allí, se instalaba una suerte de
“tregua de Dios”, como la que en el
siglo XI, la Iglesia impuso a los señores feudales en guerra, con la
prohibición de realizar hostilidades desde el miércoles por la tarde hasta el
lunes y en ciertas festividades y épocas del año.
El acto mañanero que se extendió una
hora después de finalizar la mañana, permitió a algunos aplaudir de pie el
llamado a la lucha de Read, y después
sumarse a esa suerte de “tregua de Dios”, donde el perfume de la
princesa, oculto el olor a azufre que tanto afectaba el olfato del extinto líder
venezolano Hugo Chávez de la presencia de la embajadora del imperio.
Gracias a Dios, son pocos los que
hoy acatarían esa prohibición de la Iglesia.
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